Un silencioso terremoto urbanístico sacude a la Plaza Roja, escenario de ejecuciones públicas a lo largo de los siglos, pero que hasta la fecha desconocía lo que era el ajusticiamiento de edificios históricos.
Cuatro de los cinco que el arquitecto Roman Klein (1858-1924) levantó a finales del siglo XIX en el número 5 de esa plaza son Historia. Oculta por enormes paneles, la demolición se llevó a cabo de noche y ha escandalizado a los expertos, que la consideran «un acto de vandalismo».
La sustitución del conjunto de Klein por apartamentos de lujo romperá la estética de la Plaza Roja y podría repercutir negativamente en la catedral de San Basilio, apunta Andrei Batalov, miembro del Consejo Federal Científico de defensa de las riquezas culturales. «Esto no es sólo un error histórico, sino la aniquilación de la herencia histórica», asegura Batalov a EL MUNDO. «Esto es lo que sucede cuando el valor comercial del suelo prevalece por encima del valor histórico».
A finales del siglo XIX, el complejo de Klein albergó varias galerías comerciales, pero tras la revolución sus dependencias fueron habilitadas temporalmente como cuartel general de León Trotski, mano derecha de Lenin. Más tarde, el edificio fue ocupado por el Ministerio de Defensa soviético.
Coronada por varios tejadillos verdes, la larga fachada de color canela fue labrada en estilo neoclásico ruso, con filigranas similares a las que recubren el GUM, la elegante galería comercial que cierra uno de los laterales de la Plaza Roja frente al mausoleo de la momia de Lenin.
El complejo de Klein estaba formado originalmente por cuatro edificaciones contenidas a su vez en una fachada o perímetro exterior, que ha sido respetado.
Sin embargo, el hotel y los apartamentos de lujo que serán construidos en su interior superarán en altura a la fachada original, lo que «cambiará la imagen histórica de la zona», se lamenta Batalov, que considera «peligroso» que se realicen edificaciones a tiro de piedra de la catedral de San Basilio, cuyas cupulas irisadas son parte del patrimonio visual de la Humanidad.
Según denuncian los expertos, la tropelía se fraguó a finales de 2005, cuando el Gobierno ruso tomó la decisión de quitar a las cuatro edificiaciones interiores de Klein de la lista de monumentos protegidos por la ley. Desencantado por el derrumbe de cuatro quintas partes del edificio, David Sarkiyasan, director del museo estatal Schusev de arquitectura, habla directamente de «crimen» y «vandalismo» estético.
«Yo siempre traté de convencer tanto a las autoridades bolcheviques como a los nuevos poderes de que hay que restaurar los edificios históricos en vez de sustituirlos por réplicas nuevas», explica Sarkiyasan, que lamenta la demolición hace unos años del hotel Moscú, que está siendo construido a imagen y semejanza del original levantado por Stalin. El martillo estalinista arremetió sin compasión contra la herencia arquitectónica del zarismo y sólo en Moscú se llevó por delante más de 300 iglesias. Junto al edificio de Klein, existía un viejo barrio zarista que en los año 70 dejó lugar a la fea mole del hotel Rossía (el más grande del mundo ahora en proceso de demolición).
Pese a que el conjunto de Klein albergó los cuarteles de Trotski, Stalin no le clavó la piqueta a la fachada. «Los bolcheviques no tenían tanto dinero para atentar contra los monumentos históricos», asegura Batalov. Con o sin razones financieras, las excavadoras capitalistas no parecen tener mucho más tacto que el martillo soviético: el ex ministro de Finanzas, Boris Fiodorov, ha publicado un libro donde enumera 650 edificios caídos durante la salvaje remodelación estética sufrida en los últimos 15 años por Moscú, donde las enormes torres de cristal azul-galaxia empiezan a mirar por encima del hombro a las torres neogóticas del estalinismo.
«Quienes no entienden [el crimen estético] son aquellos que no consideran a Moscú su madre-patria y piensan que el estilo de la nueva arquitectura de Moscú es un signo de progreso», apunta Fiodorov, que se animó a escribir el libro cuando empezó a no reconocer el Moscú de su infancia. En él recoge el nombre de muchos verdugos, altos funcionarios que firmaron las actas de demolición, no siempre de manera legal, denuncia el autor.