RAUL DEL POZO
Ya no se puede decir que en España todo el año es Carnaval, hay que decir que todo el año es un reality show, con Solana en tecnicolor. La vida imita a la televisión; apenas oímos otra cosa que sandeces políticas, la cámara observa pasivamente a De Juana en la cama y lo seguirá en casa. Sigue también la cámara la reacción de un grupo de balantes y chotas en la Casa de Campo. Estamos a punto de preguntar al Gran Hermano, el juez Bermúdez, por qué ha sentado en el banquillo a chapas. La cámara observa, minuciosa y pasivamente, las reacciones de terroristas que obedecían a los iguales, a maderos y a hurones. ¿No eran Zouhier y Trashorras, los colaboradores de 'Manolón', del CNI y de la pestañí, servidores del Estado?
También fue primero un reality la pelotera entre presidentes del Betis y del Sevilla, que ha terminado con un entrenador KO, después de que un psicópata lanzara una botella llena de hielo. Lo decía Goebbels: ganar un partido es más importante para la gente que capturar una ciudad. Estamos en una cuaresma laica de botellona, que no tiene nada que ver con la del Arcipreste, cuando los monaguillos, en lugar de decir amén, amén, dicen amor, amor.
En plena sociedad de la imaginación, cuando toda la sabiduría del mundo cabe en un microprocesador y la nave New Horizons visita Júpiter por casualidad, los hinchas se transforman en hordas porque un estafador y un usurero se han convertido en referentes. Como en el romancillo de las calvas, uno se ilumina, tiñe y pinta, y echa borrones de tinta al papel de la cabeza; y el otro, del monipodio de Malaya, le sigue el sainete. Los dos mecheros han incendiado el partido y han echado a la calle a los holgazanes subvencionados.
Los hooligans pata negra eran los ingleses, que se ponían hasta el culo de cerveza y salían a matar, como ocurrió en Heysel (1985), donde murieron 34 italianos, dos belgas, dos franceses y un británico. Amparados en el anonimato, los fanáticos van a los estadios a vomitar las frustraciones. No hace falta ir al fútbol, métase en los blogs para descubrir cómo el odio y la envidia andan sueltos por el ciberespacio.
Lo cuenta muy bien Galeano al comentar la guerra del fútbol. En Tegucigalpa, los parabrisas de los autos lucían calcomanías que aconsejaban Hondureño: toma un leño, mata un salvadoreño. En las dos naciones, Honduras y El Salvador, dominadas por los latifundistas, había dictadura. «Mientras dura la guerra, el pueblo de Honduras cree que su enemigo es el pueblo de El Salvador y el pueblo de El Salvador cree que su enemigo es el pueblo de Honduras. Ambos pueblos dejan 4.000 muertos en los campos de batalla».
Todo es virtual, por ahora, pero la gente puede salir de la pocilga de Gran Hermano y empezar a tomar leños y a quemar las ciudades, entre gritos racistas. Sevilla ha sido un conato.
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