Viernes, 2 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6284.
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 OPINION
Obituario / ARTHUR SCHLESINGER
El historiador de cabecera de Kennedy
Ideólogo del Partido Demócrata, obtuvo dos veces el Pulitzer por sus obras, donde exploraba en el poder de EEUU
JULIO VALDEON BLANCO

Arthur Schlesinger manejó siempre munición gruesa. Legendario historiador, amigo de varios presidentes, ideólogo del ala liberal del Partido Demócrata, compartió martinis con Truman Capote y reuniones con Robert Kennedy. Descolocó a sus hagiógrafos al publicar La desunión de América: reflexiones sobre una sociedad multicultural (1991). Temía que la afluencia de inmigrantes incapaces de asimilarse quebrara el pacto social del país. Amaba Estados Unidos con la virtud de un demócrata y ocupó durante la II Guerra Mundial puestos en la inteligencia estadounidense. Fue escritor, soldado civil, polemista, enemigo del tópico y cirujano de la fenomenología nacional.

Articulista rápido, había pasado media vida entre buhoneros de smoking, profesores, agentes dobles y meretrices prefabricadas a la sombra del Capitolio. Sus columnas bulleron hasta el final. Un artículo suyo en el New York Times a cuenta de Guantánamo resonó como un estampido. «Tras recuperarnos de nuestros ataques de pánico, siempre nos hemos odiado al despertar. La próxima generación considerará Guantánamo como una verguenza nacional», dijo, y después salió a la calle, en la que, como aseguraba ayer el Times, siempre imaginaba cómo habría sido un siglo antes.

Schlesinger murió en Manhattan, donde vivía desde hacía décadas, a los 89 años, como consecuencia de un infarto. Enemigo de Nixon, al que fustigó, también atacó al presidente Clinton por sus mentiras, ese perfume superficial que llevó a Norman Mailer a afirmar que «el encantador Billy Clinton no tenía suficiente ética como para preocuparse por traiciones a la ética».

Hijo del historiador Arthur M. Schlesinger, también contaba entre sus ancestros con George Bancroft, autor de una formidable Historia del país desde los días de la conquista hasta 1834. Con 15 años concluyó su bachillerato, pero su padre consideraba que aún era demasiado pronto para ingresar en Harvard. La familia empleó el siguiente año en dar la vuelta alrededor del mundo. Un viaje que subraya el poso del historiador, jamás ave de biblioteca o polvoriento erudito. Igual de ligado a la actualidad que al pasado, bebió en los caños de su tiempo con avidez. «Si ser» -como escribió Emilio Lledó- «es, esencialmente, ser memoria», la suya fluía con dos direcciones, de lo colectivo a lo personal, de la política reciente al pasado, y de la invasión de Bahía Cochinos, que defendió en su momento, al New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt, al que glosó en una trilogía canónica.

Dos veces ganador del Pulitzer y el National Book Award, autor de una veintena de libros, vestido como un dandi, gafas de pasta, americana estilo Oxford, camisa a juego, jugó a avivar fuegos, escribió discursos para varios presidentes y es autor de obras definitivas. Algunas, como la que dedicó al presidente Jackson, obviaron cuestiones candentes, pero al cabo era todavía bastante joven y, en general, su legado mantiene hechuras clásicas. En A thousand days: John F. Kennedy in the White House (1966), repasaba la truncada legislatura del irlandés asesinado en Dallas con la doble lupa de observador privilegiado -colaboró con los Kennedy como asesor- y comentarista mordaz.

Su habitual inteligencia y acidez abrieron la carrera para la canonización laica de John. Aunque le distinguía la autocrítica, sucumbió al encanto aterciopelado del presidente. Muchos -entre ellos el Times- recuerdan que las sombras del periodo, y en especial el hambre sexual de Kennedy, quedaron fuera. Quizá correspondía a francotiradores externos, menos contaminados, como De Lillo o Ellroy, hurgar en el magma de bragas, mafia y sangre que escondía el rutilante presidente.

Al igual que Harold Bloom, atacó a quienes en nombre de la diversidad imponían bozales. La blanda fascinación del progresismo light jamás empañó su mira. Tampoco sucumbió a la histeria nacionalista posterior al 11-S. Su último libro, War and the American Presidency (2004), lo atestigua.

Arthur Schlesinger, historiador, murió en Manhattan (Nueva York, EEUU), el 28 de febrero de 2007, a los 89 años de edad.

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