FRANCISCO UMBRAL
El vino, el mejor camarada y compañero de los españoles, ha sufrido la amenaza y el amago de una ministra que se nos confunde en su peinado con otra ministra de la cosa o de otra cosa. El vino ha estado en peligro como el señor De Juana, pero el vino es más simpático, cae mejor y tiene esa risa de cantinero que tiene la España popular, de la que nadie deja de probar, y por eso esta mañana he recibido yo carta de Lucio que contestaré en un sobre lacrado de vino.
El señor Zapatero ha tenido un ataque de sensatez y ha decidido dejar el vino en su sitio con una raya roja que confunde a los bebedores con los viticultores, y por eso alternan tanto. Son los inconvenientes y los peligros de pronosticar aquello que reza «de este agua no beberé», refrán que nos lleva a beber todo el rato vino. En su gira por las Españas negras, claras, áridas o húmedas, Zapatero topa con la España húmeda y el vino en peligro, como un torito esbelto a punto de ser lidiado. No hay más que coger el auto, echarse a la carretera y en seguida sale a saludarnos el toro de Osborne, para admiración de los turistas y ejemplaridad del agro. La España del vino existe, persiste y está ahí. No sólo los Osborne tienen apellido. En nuestra genealogía se enmarañan docenas de familias con escudo que primero fue sangre y luego algún rey trocó en vino.
Conocí a la ministra en una fiesta de este periódico y me la presentó Pedro J. Ramírez. Pero resulta que no era ella sino la de Educación o algo así, que uno las sigue confundiendo por el peinado, por el estilo y por eso de la paridad que ZP ha llevado al delirio poniéndolas a todas iguales. Ya sólo se diferencia la vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega, por los modelazos mayormente. Todas son rubias y con mucha paridad. ZP hizo un Gobierno de paridades pensando más bien en un musical, de modo que nos pasamos esta democracia diciéndonos mira quién baila.
Pero todas bailan igual y los viticultores de panoplia y escudos podrían montarnos un pollo o un cirio con el mal rollo de la retirada de ese banderillero gracioso que es el vino con su burbujear de tragos como banderillas. A la ministra se le prohíbe pensar y que otro piense por ella. Todo menos abolir el vino de la España húmeda porque sería tan grave como abolir el alma de nardo del árabe español.
Que comprenda ZP que él ha llegado a tiempo para salvar el vino, pero ha llegado tarde para salvar el País Vasco, Cataluña, Galicia y otras tierras. La fórmula de las paridades ha fracasado cuando se llega a una ministra que no bebe vino. ZP no es infalible. Esperanza Aguirre también es presidenta y bebe un chupito en cada evento adonde va y le va muy bien. Que se lo pregunten a Ruiz-Gallardón, que le hace siempre de «hermoso segundón».
La guerra del vino podría llevar España a la guerra civil, pero lo cierto es que esta reforma de los Estatutos puede desembocar en una épica con muchos frentes. Los más importantes están al caer. Uno cree que ha llegado la hora de repartir vino para todos. Si no, de nada le vale a ZP que gane o pierda la Ponferradina.
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