JOSÉ LUIS VIDAL
TrondheimSolistene; Mikhail Ovrutski; Anne-Sophie Mutter./ Escenario: L'Auditori./ Fecha: 1 de marzo./ Ciclo: Ibercamera.
Calificación: ***
BARCELONA.- Los Conciertos para violín en la menor (BWV 1041) y en mi mayor (BWV 1042) y el Concierto para dos violines en re menor (BWV 1043) son los únicos escritos para ese instrumento por Bach que han llegado a nosotros en su forma original. Al frente del exquisito TrondheimSolisten, como solista y directora -compartiendo el primer rol con Mikhail Ovrutski en el Concierto para dos violines-, Anne-Sophie Mutter ofreció, como era de esperar, una interpretación irreprochable. La pureza de su técnica, la belleza de su sonido, la agilidad de su digitación al servicio del contrapunto más complejo o de los ornamentos más refinados del barroco, se hicieron evidentes en su Bach.
Por si fuera poco, la violinista decidió ofrecer lo que podríamos considerar como una generosa y feliz concesión al virtuosismo más extremado, concretamente la famosísima Sonata en sol menor, El trino del diablo de Tartini, ejecutada en el arreglo de Zandonai.Ya había ofrecido sobradas pruebas de su magisterio en la interpretación de lo más canónico como para permitirse un final, espectacular, sí, pero de música, si no tan transcendente como la de Bach, sin duda buena música.
Disfrutamos de lo que podríamos llamar una auténtica fiesta del violín, no por esperada menos estupenda. Y de algo más, quizá menos esperado o de lo que no teníamos experiencia, de interesantes aportaciones de Mutter como directora. Baste recordar los sorprendentes acentos y reguladores con que virtió los tiempos rápidos, la elegancia melancólica, más consoladora que severa, impresa a las breves introducción y conclusión orquestales del Adagio del Concierto en mi mayor, que acunaron su propia intervención solista.
Sólo ahora, establecido lo mucho que hubo de bueno, conviene apuntar algo que no llegó a lograrse. Hay un punto de calidez, emoción o comunicación que la elegancia y refinamiento de Mutter no acaban de hacer suyo. Y lo echamos de menos. Pero también es verdad que nada hay perfecto en este mundo.
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