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 COMUNICACION
Política y espectáculo en televisión
Baratos, telegénicos y 'humanos', los candidatos a la Presidencia de Francia disparan las audiencias de las cadenas
RUBÉN AMON / Corresponsal

PARIS.- No cobran, garantizan audiencia y se identifican con las problemáticas de la audiencia. He aquí algunas de las razones inmediatas que explican el protagonismo de la clase política en la televisión francesa.

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Los comicios presidenciales (22 de abril/6 de mayo) juegan a favor de corriente, pero nunca se había producido al norte de los Pirineos una competencia tan acusada entre los canales públicos y los medios privados para adjudicarse los rostros del poder en horarios de máxima audiencia.

La prueba definitiva sobrevino el 19 de febrero con la exhibición televisiva de Ségolène Royal. No sólo porque la candidata socialista llegó a reunir de 10,5 millones de espectadores. También porque la fórmula espectacular del debate le permitió prolongar sus intervenciones durante dos horas.

Y es que madame Royal mantuvo el tipo delante de 100 compatriotas invitados a saetearla. Podrían haber preguntado sobre cuestiones capitales de interés común como la economía y la inmigración, pero proliferaron las curiosidades personales, las anécdotas, las maniobras de compasión.

Los directivos de la cadena TF1 se vanaglorian de haber encontrado el lado humano de la política y de haber ambientado en un plató el mito de la democracia participativa. También sostienen que la respuesta masiva de la audiencia responde a que los distintos invitados de las noches de los lunes -Sarkozy, Le Pen, Bayrou- ejercen un dominio de las artes escénicas.

La receta, por tanto, consiste en llevar los debates al terreno del talk show americano -Ségolène cruzó el estudio para consolar a un paralítico- y en aprovechar la telegenia propiciatoria de los presidenciables. Razones culturales y coyunturales que el imperio privado TF1 ha sabido compaginar para darle la forma y el fondo a J'ai une question à vous poser (Tengo una pregunta para usted). El formato del programa va a reproducirse en Televisión Española con la participación de Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy, aunque ambos invitados de postín harían bien en emular las dotes comunicativas y verbales de sus curtidos colegas franceses.

Cuestión de talento natural, de oficio y de experiencia. Nicolas Sarkozy, por ejemplo, reunió delante de los televisores al 33% de la audiencia. Una marca inferior a la de Ségolène Royal (37%) pero igualmente representativa para explicar el modo en que ambos candidatos se multiplican en el desfile de las cadenas públicas y privadas. Todos los días se producen, al menos, seis debates de contenido político. Incluso llega a ocurrir que el mismo político entrevistado aparece en distintas transmisiones con el mismo traje porque no le ha dado tiempo de cambiarse entre programa y programa.

El politólogo e historiador Emmanuel Todd considera que estamos delante de la política espectáculo. Peor aún, sostiene que las razones del espectáculo se han impuesto a las de la política, de modo que el ajetreo de los candidatos acontece lejos de cualquier compromiso programático.

Hiperbólico o no, el comentario de Todd ayuda a entender que la presencia de François Bayrou en un programa de Canal Plus (Grand Journal) rebasara todos los récords de audiencia conocidos.No tiene el carisma de Ségolène ni la oratoria de Sarko, pero el paisanaje del líder del partido centrista (UDF) le ha convertido en uno de los invitados más cotizados (sin cobrar un euro) del panorama nacional en las parrillas vespertinas y nocturnas.

Son los tiempos del homo politicus catodicus. Una fórmula latina reinventada por la socióloga Sara Millot que sirve para ubicar el uso recíproco que los políticos hacen de la televisión y que la televisión hace de los políticos: «La fórmula de moda se ha consolidado con una mezcla de vida privada, valores y testimonios.Es así como las cadenas y los aspirantes al Elíseo han firmado un acuerdo tan fructífero que se multiplica en los hogares de los franceses y que se aleja de la televisión tradicional».

Pesa o influye el ejemplo norteamericano. De hecho, la concepción de la política como espectáculo en territorio francés se ha derivado en tres direcciones complementarias que echan raíces en la personalidad de las grandes cadenas estadounidenses.

Por un lado aparece el enfoque satírico, simbolizado con los guiñoles y los imitadores de culto. Por otro adquiere peso la tele realidad, que permite a los líderes mostrarse humanos, contarnos sus vivencias personales, abundar en la vida privada. Y, en último término, se desarrolla el principio de la democracia participativa.Es decir, que se concede el micrófono al espectador para que pueda acercarse al político con opiniones propias e inquietudes cercanas a sus compatriotas.

Bien lo sabe Ségolène Royal, impecable en la tarea de escuchar a las matronas que lloriqueaban durante la transmisión de J'ai une question a vous poser. Algunas le contaban el problema de un marido adúltero. Otras lamentaban la falta de medios para costear ciertos tratamientos médicos.

«El político de nuestros días no pierde ocasión para mostrarse humano cuando le entrevistan delante de los espectadores», explica la escritora Anne Gintzburger. «Sabe cuándo hacer en directo pequeñas confidencias. Incluso dejan pasar las cámaras en sus despachos para que podamos ver sus fotografías, sus objetos personales, su vida cotidiana ».

Puede tratarse de una parodia o de una distorsión de la realidad que encuentra un espacio fértil en la curiosidad de los espectadores. Partiendo de una paradoja que Bernard Stiegler explica en su último tratado televisivo: no es la opinión la que crea una audiencia, sino las cifras de audiencia la que crea una opinión. Especialmente con el horizonte de unas elecciones.

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