EMMA RODRIGUEZ
MADRID.-
Podrían haber sido otros o podrían ser más los elegidos, pero Ian Gibson se ha decantado por Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Miguel Hernández para componer un cuarteto destinado a recordar a los lectores más jóvenes cómo fue el grado de compromiso de Cuatro poetas en guerra. Cuatro creadores leales a la causa republicana que sufrieron los desastres de la Guerra Civil, pagando dos de ellos con la muerte y los otros dos con el exilio.
Gibson, que ya había estudiado a fondo las biografías de Machado y Lorca, deja bien claro que esta nueva obra que ahora publica en la colección EspañaEscrita, dirigida por Rafael Borrás para Planeta, no busca aportar revelaciones, sino divulgar la figura de unos hombres que defendieron a través de sus acciones y de su obra la democracia en una etapa compleja de la Historia de España.
«La originalidad del libro reside en el rescate de una figura bastante desconocida, Pablo Suero, un periodista asturiano exiliado en Argentina que vino a España antes del estallido de la guerra, frecuentó a Lorca, entrevistó, entre otros muchos, a Machado y Juan Ramón, y dio cuenta de su viaje en un libro de crónicas, España levanta el puño. Él me dio el tono y el marco para elaborar mi propia narración», señala Gibson.
El hispanista reconoce que podría haber elegido a Alberti, más activo políticamente que Juan Ramón, pero que fue el menor conocimiento del compromiso del segundo lo que lo llevó a incluirlo en el grupo. «Jiménez intentó desde el exilio convencer a los norteamericanos de que ayudaran a la República, pero sus esfuerzos fueron en vano».
Las relaciones
Gibson rescata ese perfil menos aireado del Nobel e indaga en las relaciones entre los cuatro poetas, sin negar, pero sin dar tampoco mayor importancia a las fricciones entre Lorca y Hernández.«Aleixandre me confirmó que existía tensión entre ellos, y deduzco que Hernández pudo sentirse excluido del círculo de amigos homosexuales de Lorca; sé que éste no le hizo una crítica que le había prometido..., pero no tengo documentos que corroboren todo esto y sí la magnífica Elegía que le dedicó Hernández a Lorca», señala.
Poco nuevo puede aportar Gibson -ya lo hizo en su biografía- a un asesinato, el de Lorca, sobre el que han corrido ríos de tinta. «Ya sabemos la fecha exacta de su fusilamiento, la madrugada del 18 de agosto de 1936, no del 19, y ya tenemos la certeza de que en su asesinato influyeron motivos políticos pero también familiares, ya que había rencor contra los suyos por asuntos de lindes y tierras», explica, sin llegar a comprender por qué los herederos del poeta no quieren que se abra su tumba y sin dejar de sorprenderse de la valentía de éste en su última etapa, cuando no dejó de hacer declaraciones antifascistas pese a saber que su vida corría peligro.
«¿Es tan conocido como el otro?», recuerda el hispanista que Franco preguntó al grupo de falangistas amigos de Miguel Hernández que intentaron salvarle la vida. «No lo fusilaron, pero le dejaron morir en la cárcel sin darle medicamentos para su tuberculosis.La maldita guerra impidió a Hernández desarrollar la obra de mayor envergadura que llevaba dentro», concluye Gibson.
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