Para recordar escenas de violencia similares a las de las últimas noches en Copenhague, la policía y los vecinos deben remontar su memoria a 1993, cuando miles de jóvenes anarquistas o adscritos a la izquierda revolucionaria sembraron el caos durante días en la capital danesa, tras la victoria del sí en el referéndum sobre el Tratado de Maastricht.
Ahora, el motivo es la propia existencia del movimiento okupa europeo, que ha visto cómo uno de sus símbolos desde 1981, el centro juvenil alternativo de Ungdomshuset, en el popular barrio de Nörrebro, era desalojado en la noche del jueves al viernes en un impresionante dispositivo policial. El edificio fue comprado al Ayuntamiento por una iglesia cristiana fundamentalista independiente, Faderhuset.
«Hubiera dicho que se preparaban para desarticular un comando terrorista», afirmaba a Afp Ole, un residente del barrio que ya fue testigo de los incidentes de hace 16 años. Y aunque los jóvenes estaban preparados, sabían desde hace meses que ocurriría porque había una orden de expulsión en firme desde agosto de 2006 y no habían dejado de acumular piedras, adoquines y cócteles molotov, la policía no dio lugar a defensas numantinas y todo acabó en pocas horas.
Pero fue sólo el comienzo. Poco después unos centenares de personas, en pequeños comandos, con ropas negras de estética punk y el rostro cubierto, desataron una guerra de guerrillas por Nörrebro y el cercano barrio de Christianshavn, donde se ubica el llamado Estado libre de Cristiania -zona con numerosos edificios ocupados-, incendiando vehículos, formando barricadas y destruyendo escaparates de tiendas.
Al día siguiente, tras una manifestación pacífica de un millar de personas en el centro, los incidentes se repitieron con inusual virulencia y los mismos resultados de devastación. En esa segunda jornada un colegio fue asaltado y destruido.
En total, más de 500 detenidos, algunos de ellos menores y muchos extranjeros, la mayoría alemanes. Tras el asalto de su centro de Ungdomshuset, los líderes de la revuelta hicieron un llamamiento público a todos sus compañeros en los países vecinos para que acudieran a Copenhague para unirse a su protesta.
Desde hace dos días en Berlín, la zona donde se ubican las embajadas nórdicas, cerca de la Siegesäule (Columna de la Victoria), está bajo vigilancia policial para evitar incidentes.
En su respuesta a los amotinados en Copenhague, la policía de la capital ha recibido refuerzos y se ha ejercitado con contundencia contra los okupas, utilizando cañones de agua, proyectiles de gas e incluso helicópteros. La prensa no ha dudado en calificar en sus titulares esta situación de violencia de «guerra urbana».
«Si erigimos barricadas y prendemos fuego a las ruedas es para gritar nuestra desesperación frente al poder que no deja lugar a quienes estamos fuera de las normas», señalaba en la noche del viernes Per a France Presse. Ayer la situación volvía a repetirse, con una manifestación de dos millares de personas y la advertencia de las autoridades de que no se transite por los barrios más castigados.