JULIO MIRAVALLS
En la medianoche del sábado, la Luna era como un escudo de bronce sobre un negro cielo madrileño sin nubes, en el punto culminante del último gran eclipse total previsto para este cuarto de siglo.
«¿Qué haría si se despertara usted mañana por la mañana y se encontrara en la Luna?», pregunta la Nasa, tratando de estimular la imaginación, lo cual es un atributo inherente a Selene: mientras los primeros misticismos humanos adoraban preferentemente al Sol, la Luna ha seguido alimentado a soñadores y poetas hasta aquellos días de julio de 1969 en que Neil Armstrong y Buzz Aldrin pusieron los pies en el satélite y adoraron al planeta Tierra.
El caso es que la Nasa pregunta primero «¿qué haría usted...?» y luego ofrece una «lista maestra» de 181 cosas para hacer en la Luna (http://www.nasa.gov/pdf/ 163560main_LunarExplorationObjectives.pdf), como consecuencia de las respuestas de «más de mil personas del mundo de los negocios, del ámbito académico y de 13 agencias espaciales internacionales», según explica Jeff Volosin, líder de desarrollo estratégico de la Dirección de Misiones de Sistemas de Exploración. Es una lista que no se le ocurriría al común de los mortales, porque está llena de análisis de ondas radioeléctricas y gravitacionales, mediciones de rayos ultra violeta, interferometrías y otras experimentaciones para las que el satélite será sin duda un puesto de observación extraordinario, incluidas fascinantes investigaciones de diversos aspectos ambientales de la Tierra desde lejos.
Sin una atmósfera perturbadora, la Luna tiene unas condiciones extremas, deliciosas para cualquier físico o astrónomo ansioso de observaciones novedosas, como la de «estados exóticos de la materia nuclear», que es otra de las 181 ideas que propone la Nasa, para un imprevisto fin de semana en la Luna.
Lo malo es que la Luna está ahora muchísimo más lejos de la Tierra que en el pasado. Para ser exactos, cuando John Fitzgerald Kennedy lanzó su famoso reto de viajar a la Luna, en un discurso ante el Congreso de EEUU el 25 de mayo de 1961, el satélite estaba a sólo ocho años de distancia. Ahora, 46 años después, cuando regresar se plantea como el objetivo prioritario de la exploración espacial, y como un paso esencial e inexcusable para poder pensar en el viaje a Marte, resulta que estamos a unos 13 años de distancia.Ni siquiera hay una hoja de ruta formal que asegure que ese regreso a las heladas llanuras de Selene se produzca en 2020.
No todos los objetivos incluidos entre los 181 de la lista tienen finalidad puramente científica. En ella se consideran también los desafíos que supone vivir en un mundo extraño en asuntos como la seguridad, energía, comunicación, y obtención de comida, agua y aire. Pero todo eso resulta todavía más lejano que las lecturas de datos astronómicos que se espera llegar a tener.De momento la Luna seguirá en los sueños y en un eclipse permanente de la presencia humana.
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