CARLOS BOYERO
Después de continuos viajes en taxi por Berlín a lo largo de dos gélidas semanas, ninguno de los ilustrados conductores me da la brasa sobre el fuego eterno al que se ha hecho merecedora la diabólica y traidora Angela Merkel por haber consentido que salga del trullo una antigua integrante de la Baader Meinhoff, que sigue sin arrepentirse de sus viejos crímenes. Mi desconocimiento del idioma no facilitaría la ardorosa y patriótica comunicación, pero todos tienen pinta de introvertidos, también de hacer muy bien su trabajo, o sea, te dejan en tu destino y te cobran, sin incluir en la factura sus lúcidas soluciones para arreglar a balazos los problemas de Alemania.
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Esa sensación de sosiego cívico no es exclusiva de Alemania.Me ocurre en todos los países de lo que llaman la Europa democrática.Pero retorno a la que aseguran que también es una nación civilizada y, además de ser ilustrado al instante por el indignado taxista de que a Zapatero lo parió una puta, percibes con escalofrío y asco en el olor ambiental, que mogollón de personal anda con ganas de arrancarle los ojos al vecino, que todo dios está implacablemente convencido de que el otro es el malo, que el infierno del 36 no fue casual o irrepetible.
Veo pancartas grotescas en la movilización callejera de ardorosos cruzados en las que leo «Zapatero Anticristo» y «España Una y Católica» que te inducen a salir echando leches del inminente frenopático. También me informan de que en la manifestación del viernes en Madrid contra el asesino Zapatero, y que sirvió para hermanar finalmente a espíritus secretamente afines como los de Gallardón, Ana Botella y Ricardo Sáenz de Ynestrillas, que el último vociferaba: «Ha llegado la hora de la acción». Se sabe de este concienciado Indiana Jones su notoria afición al gatillo, y no exclusivamente por razones ideológicas, sino también por algún sórdido trapicheo de coca. Pues que actúe, pero sin exigir solidaria y matarife compañía. Yo comprendo la venganza, que intentes desparramarle la sesera al que ha matado a tus padres, hijos, hermanos o amigos, el impulso homicida cuando te han destrozado la vida y compruebas que las injustas leyes no permiten que se pudra en la cárcel hasta el último día de su infausta existencia ese arrogante asesino múltiple, pero que «actúen» individualmente, sin alentar a que se partan el alma las dos Españas.
Y los democráticos salvapatrias empiezan a «actuar». Lanzando bombitas contra la sede sociata en Alcalá de Henares. Cuentan que la «acción» ha sido cosa de skinheads. Vale. Los líderes de Batasuna tampoco lanzan cócteles Molotov a los infieles. Sólo le sugieren que «actúen» contra los opresores a los salvajes niñatos de la kale borroka. Qué miedo da el facherío. El de derechas y el abertzale.
EL VOYEUR
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