Fue, al decir de Lenin, el hijo dorado de la Revolución rusa; un bolchevique de la primera hora, soñador y duro a partes iguales, partidario de la violencia necesaria para crear una sociedad nueva; alguien que «quería rehacer la vida porque la amaba», según escribió Iliá Ehrenburg. Nikolái Bujarin se convirtió en una de las víctimas más ilustres de Stalin y en la referencia de todas las frustradas primaveras del comunismo.
Las memorias de su viuda, Anna Lárina (Lo que no puedo olvidar, Galaxia Gutenberg), nos devuelven no sólo su peripecia humana y política, sino un retrato íntimo, excepcionalmente cercano, de aquellos años en los que el comunismo era joven y representaba el mundo nuevo capaz de atraer a gente como Isadora Duncan.
Lárina creció en el corazón de la Revolución, adoptada por un dirigente bolchevique de los primeros tiempos, amigo cercano de Lenin. Aquellos hombres pasaban constantemente por su casa como unos parientes amables que le contaban historias y la sentaban en sus rodillas.
De todos, el preferido de Anna Lárina era Bujarin, 26 años mayor que ella. «Durante mi infancia», escribe en sus memorias, «me atraía su jovialidad infatigable, su picardía, su amor apasionado por la naturaleza y su afición por la pintura». Bujarin, en efecto, era culto, políglota, uno de esos atractivos ejemplares humanos que permiten las revoluciones y que suelen ser devorados por ellas.
Un día, Anna le escribe unos versos que vienen a ser una declaración de amor. Decide ir a entregárselos y en el rellano de la escalera se encuentra con Stalin que, sin duda, va a visitar a Bujarin.Anna le da el papel para que se lo haga llegar a Nikolái, y se va corriendo.
Ése es el tipo de recuerdos infantiles de Anna Lárina. O el de un Trotski «joven y magnífico» que alecciona a los niños para que canten canciones revolucionarias. Con 10 años -hace unos meses que ha muerto Lenin-, Anna está en la tribuna de la Plaza Roja y observa las miradas penetrantes que Stalin dirige a Trotski y a Frunzé, que charlan animadamente.
Cuando ella es ya una adolescente, es Bujarin el que la corteja.Algún tiempo después se casan. El padre de Anna le dice en su lecho de muerte: «Será más interesante vivir 10 años con Nikolái Ivánovich que con otro toda una vida». Vivirán menos tiempo.La pesadilla estalinista ya está en marcha para entonces. Y aunque Bujarin ha estado al lado de Stalin en las luchas fraccionales de 1925-27 contra Trotski, Zinoviev y Kámenev, en esos primeros años 30 representa «la oposición de derechas».
En su etapa izquierdista de 1917-19, Bujarin llegó a considerar los fusilamientos «un método para la formación de una humanidad nueva, comunista, a partir del material humano de la época capitalista», y llegó a decir que la dictadura del proletariado podía permitir la existencia de varios partidos, siempre que uno estuviera en el poder y el resto en la cárcel.
Pero, más tarde, defendió la necesidad de que hubiera dos partidos, así como la NEP, la política económica más liberal de Lenin, frente a la colectivización forzosa del campo que preconizaba Stalin; y, como Trotski, defendió la libertad de creación cultural.Soñó con una sociedad en la que no hubiera «necesidad de ministros, ni de policía, ni prisiones, ni leyes», y «fue favorable a ampliar gradualmente el derecho de voto y a establecer una declaración de derechos de los ciudadanos soviéticos que les protegiese de eventuales abusos del Estado» (Cesáreo R. Aguilera de Prat).
Bujarin fue detenido en 1937 y ejecutado al año siguiente. Triturado por la maquinaria de terror estalinista que, entre millones de crímenes, acabó con la vieja guardia de la Revolución, Bujarin no dejó seguidores organizados como Trotski, nunca hubo partidos bujarinistas.
Fue el empeño de su viuda, encerrada 20 años en el gulag, el que ha salvado su recuerdo. Un recuerdo más de la pesadilla estalinista, pero también de lo que pudo haber sido y no fue dentro de la Revolución. Lo que no puedo olvidar, el título que Anna Lárina quiso poner al libro en el que cuenta ese tiempo de esperanza y horror, así como su larga lucha por recuperar la memoria de su esposo, es acertado.