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 DEPORTES
ATLETISMO / Campeonato de Europa en pista cubierta
En la cima por derecho
CARLOTA CASTREJANA COMPAGINA LA PISTA CON UN TRABAJO EN UN BUFETE
L. F. L. / Enviado especial

BIRMINGHAM.- Carlota Castrejana se lo dedicó primero a su entrenador, Juan Carlos Alvarez, que, cosas de la televisión, no pudo ver en directo el triple salto de oro de su chica, su producto «en lo técnico, físico y mental», según la protagonista, después de una década de compartir sudores. La atleta también le brindó el título a Jerónimo Bucero, su marido, «porque no es fácil vivir al lado de una deportista de élite». Ser «deportista de élite», eso sí que lo tenía claro la riojana (Logroño, 1973), aunque respecto a la especialidad dudó. En los Juegos de 1992, formó parte del primer equipo olímpico de baloncesto femenino de la historia. Sin embargo, después del frenesí de Barcelona huyó del parqué, en busca de un terreno seguro, donde victoria y fracaso dependiesen del esfuerzo de uno contra nadie, convencida de que el trabajo desemboca en el éxito. «Quien resiste, gana», proclamaba después de descender de la cima del podio.

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«Me he emocionado, porque pocas veces el atletismo es tan justo», se felicitaba Ramón Cid, el responsable federativo de saltos, la persona que le asesoraba ayer desde la grada. Después de saltar 14,64 metros, le pedía: «No te vacíes, concéntrate y exprime tu día bueno». Cid se extiende en halagos por la profesionalidad de Castrejana, superviviente de un invierno extraño.

Carlota apenas había competido. Los exámenes con carrera corta, en el módulo del Centro de Alto Rendimiento de Madrid (CAR), arrojaban registros de maravilla, excepcionales en el global de su carrera. Sin embargo, no se confirmaban en sus contadas apariciones. Ese vivir clandestino responde a un motivo. La licenciada Castrejana, abogada, cubrió con nota un máster. El bufete Gancedo-Pombo se fijó en su otro talento, le ofreció un puesto y la riojana se lanzó a la rara tarea de compaginar deporte y despacho. Ya no dobla sesiones de entrenamiento. Por la mañana, se ejercita en el CAR y, en la tarde, hace media jornada, o lo que haga falta, entre leyes, en las Torres Kio de La Castellana. Horas de bufete en las que se levanta más de lo normal para no dañar su infinito y espigado 1,88 de altura, un físico genéticamente predestinado al desarrollo atlético.

Después del baloncesto probó en el salto de altura, con Paco López como tutor. Superó el 1,89 en 1996 -con esa marca habría sido séptima en la final de Birmingham-, pero no la convocaron para los Juegos de Atlanta. Malas caras. Entonces, se cobijó en el triple salto, donde ha ido ganándole centímetros a la arena.Del Europeo se lleva un récord español y un horizonte. Pensaba en los 15 metros cuando se encaró el pasillo para el último salto, aunque con el oro en el zurrón el peso la frenó con su único nulo. Esa barrera, diferenciadora, le queda pendiente. «Tiene 33 años, unos días parece que son más y otros menos, pero está entera, porque la han respetado las lesiones», explica desde España, vía telefónica, Juan Carlos Alvarez. Confirma el técnico que hay margen de crecimiento para Carlota, fortalecida en su ambición por la entidad de las próximas citas: Mundial de Osaka, Mundial en pista cubierta de Valencia y Juegos Olímpicos de Pekín.Para tomar el podio en cualquiera de esas citas, en particular al aire libre, tendrá que cercar los dichosos 15 metros, lo que faltó a su magnífica exhibición en Birmingham, por encima de otra precedente, en el Europeo en pista cubierta de Madrid. Entonces, acabó plata, con una marca de 14,45, la mejor bajo techo hasta la explosión de ayer.

«Me lo merezco, ¿no?», saludaba en su encuentro con los medios, fugaz, pues le aguardaba el compromiso con el podio. Sonó por primera vez el himno español, y ella confesaba después, repitiéndose: «No quiero bajar, Que no acabe el himno». Convencida de que mereció la pena desechar las jugosas ofertas económicas que le asediaron estos años para volver al parqué, donde todo empezó.

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