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 DEPORTES
BARRA BRAVA
El Sevilla huele a campeón
DAVID GISTAU

El fasces de los cónsules romanos simbolizaba la fortaleza de un modo que podría aplicarse al Sevilla de Juande. Suelta, cada una de las varas es fácil de quebrar. Reunidas todas en un mismo haz, se vuelven irrompibles. Con que en este Sevilla no hay varas sueltas quiere decirse que no existen caprichos del ego como los que arruinaron el modelo sideral de Florentino o como los que se consiente Eto'o cuando no le admite al espejito mágico alguien más hermoso. Incluso los cracks del Sevilla, Kanouté, Navas y Alves, no necesitan verse el abdomen en portada ni están pendientes de anunciar natillas, sino que forman parte de un propósito colectivo que el sábado demostró que no se quiebra ni aún cuando las cosas se ponen como para tener un ataque de periostitis como el de Emerson. Al remontarle con 10, el Sevilla se comió el corazón del Barsa con la creencia de que así le robaría sus virtudes: la fe, el talento encauzado por el croquis, la resolución de puerta grande o enfermería. Todo cuanto se necesita para salir campeón. Su comportamiento el sábado, durante uno de esos partidos entre candidatos en el que no puede fallar quien va en serio, demuestra que ya no sufre vértigo y que tiene en regla todos los salvoconductos del camino hacia el título. Que no decaiga.

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El busto

Durante una Semana Santa sevillana, algunos amigos supersticiosos me previnieron contra el esqueleto pensante de La Canina, un paso con reputación de traer mal fario a cualquiera a quien los costaleros se lo bailen delante. Existe incluso la anécdota de un socio del antiguo Aeroclub que habría pagado para vengarse del amante de su mujer enviándole La Canina a la puerta de casa. Maldad semejante es la que tramó Lopera contra Del Nido durante el conflicto entre las directivas, tan tenso que Juande acabó teniendo problemas con la botella. Lopera es tanto una estampita del Betis que ya sólo falta que las manchas de humedad en las paredes del estadio dibujen sus rasgos para que recen ante ellas los costaleros del «Lo que diga don Manué». Mientras tanto, el busto que colocó en el palco, junto al cogote de Del Nido, no fue la consecuencia de un arrebato de megalomanía. Se trataba de que se lo bailasen a Del Nido para traerle un mal fario contra el cual el sevillista se resistió como los supersticiosos que desalojan la acera cuando se acerca la otra Canina.

La 'calderonina'

Si en el Sevilla todo es determinación, en el Real Madrid ocurre lo contrario. Hasta los machos de Fabio Capello, como ese Emerson que iba a interponer el cuerpo entre las balas y el escudo del Madrí, falsifican certificados médicos para salir exentos como en la mili. Le pesan el estadio y el fracaso por el que no quiere dar la cara junto a los compañeros: acabará pidiendo asilo en Canadá. Así las cosas, Ramón Calderón bajó al campo de entrenamiento de Valdebebas para arengar a su gente antes de que atraviese esta semana a todo o nada en que su proyecto puede desintegrarse definitivamente. Y la sensación de que el Getafe parecía ayer en el Santiago Bernabéu el Chelsea de Mourinho no ayuda a confiar en el porvenir. Si Bayern y Barsa vacían de contenido todos los partidos que aún faltan, algo habrá de inventar Calderón para apaciguar las pañoladas. Como lo de Kaká ya no cuela, ofrecerá la cabeza de Capello. Pero, por si eso no basta, que se vaya informando de si la periostitis también exime a un presidente de aparecer por el palco.

El botellazo

El incidente de Juande Ramos, aun brutal en sí, no representa la norma del fútbol español. Los nuestros son estadios de acudir en familia, casi sosos los principales, que no justifican el escándalo de quienes ahora exigen medidas comparables a las que se tomaron en Italia después de la muerte de un policía en Catania. A la hinchada del Betis, menos protegida que la del Barsa, la ha elegido el periodismo para darle un escarmiento ejemplar con el que nadie se atrevió cuando en el Nou Camp cayeron una botella de JB y la famosa cabeza de cochinillo: la diferencia, como diría el propio Juande, es que aquellos lanzadores no tuvieron puntería, aunque la intención fuese la misma. Pero ambos hechos son excepcionales en una Liga a la que no caracterizan los conflictos.

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