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 MADRID
Villaverde. Las familias del Salobral, el poblado chabolista más grande de España, viven pendientes de las excavadoras que derriban los barracones. Son las que indican la cercanía del ansiado realojo.En 2006, 115 familias se mudaron a un piso; en 2007 lo harán 170. Mientras llega el día, Cáritas trabaja para que niños y mujeres salgan de su situación de exclusión. La droga sigue marcando el territorio
La cuenta atrás del Salobral
AMAYA GARCIA

Entre montones de desperdicios, basura y charcos donde el agua estancada obliga a contener la respiración, con botellas rotas, hierros y maderas a escasos metros decorando el panorama, María Rosa y el resto de madres aguardan la llegada de la ruta del colegio. La que cada día saca por unas horas a los niños de esa rutina que transcurre entre chabolas y miseria. Tamara, Coralita, Abraham... Los pequeños bajan del autobús con una sonrisa en la cara. Son más de las 16.30 horas y en El Salobral (Villaverde), el poblado chabolista más grande de España, el tiempo transcurre sin mirar el reloj. La cercanía de las excavadoras indica el ritmo del realojo de las familias, lo único que mide los minutos.En 2006, 115 familias fueron trasladadas a pisos; este año lo harán, según cálculos del IRIS (Instituto de Realojamiento e Integración Social), 170. Esto también es Madrid.

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Entre las afortunadas que en breve dejarán atrás ese hogar hecho con maderas y cartones está Angela, 27 años y madre de tres hijos, el mayor de 11. No sabe fechas, tampoco dónde vivirá. «Eso te lo dicen días antes de irte», explica algo nerviosa, mientras enseña su morada. Una pequeña televisión, una lavadora y una estufa dan la primera pincelada; en el suelo, los baldosines frenan la humedad, y en la puerta, una cuerda con la ropa tendida da la bienvenida. «Nos costó levantar la casa una semana», dice orgullosa. Es vecina de este lugar infrahumano desde hace cuatro años.

Casi los mismos que lleva César Plaza como coordinador del proyecto de Cáritas en el poblado. «Trabajamos con mujeres y niños». Con las primeras para avanzar en una formación básica, «los niveles de alfabetización son muy bajos», y, con los segundos, en la escuelina-ludoteca, donde acuden pequeños de entre tres y cinco años. «Tratamos de que vean lo importante que es la escolarización de los menores. Esto es un paso previo». Están apuntadas unas 30 mujeres y unos 20 chavales, «aunque hay bastante irregularidad».Además, organizan actividades de ocio y tiempo libre y ayudan a las familias en diversos trámites y situaciones, como «sacarse la tarjeta sanitaria, la declaración de Hacienda, leer las notas del cole...».

En las seis calles identificadas que componen El Salobral no hay agua potable y la luz se consigue con enganches ilegales.Cualquier hoyo en el camino sirve de retrete improvisado. «Aquí quedan más de 1.500 personas; ahora están desmontando la calle F», dice César. La chatarra y la venta ambulante representan el sustento de la mayoría de las familias gitanas; la droga mantiene en el poblado su espacio bien acotado. «Hay una calle, la K, donde se concentra esta actividad. Se vende heroína y cocaína», comenta César.

Es miércoles. Madres e hijos tienen su cita en los barracones de Cáritas. Conchi, 28 años, aprende a leer. Es su primer día de clase. «Quiero aprender para ir a la compra y para ayudar a mis hijos con las tareas». Es de las que no saben aún si la realojarán. «No estoy en el censo». Dice llevar desde 2000 instalada en el Salobral, pero se empadronó en 2005. «Escribir me cuesta más», afirma ante la atenta mirada de Conchi, enfermera voluntaria que desde hace siete años se deja las tardes de los lunes, miércoles y viernes en esta labor. Mientras ella junta sílabas, Marina se esfuerza con los cálculos. Está con la tabla del 7. Tiene 32 años y desde octubre acude a clase. Tampoco ella sabe si será realojada.

Fuera, en el patio, algunos niños juegan al balón. Otros, los más pequeños, pintan en la otra aula. «Hazme un sol», le pide una voluntaria a una niña. El colorido de las paredes, las cajas con pinturas y la pizarra aportan al espacio un aire de colegio.Cierta normalidad. De puertas para afuera, la crudeza de la estampa no da tregua. En total, 13 voluntarios de Cáritas echan una mano en las tareas de este poblado situado a tres kilómetros de San Cristóbal de los Angeles y cercado por la Avenida de Andalucía, la N-IV y el tren Madrid-Aranjuez.

En el recorrido por el poblado, se ven los huecos donde no hace mucho se levantaban otras chabolas. «Realojamos tres o cuatro familias a la semana», asegura Javier Ramírez, gerente del IRIS, organismo que depende de la Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio. En el primer semestre de 2008 esperan terminar el realojo. Desde la Consejería de Mariano Zabía confirman que no todas las familias que viven actualmente en el poblado van a tener una vivienda. «Hay unos requisitos -como llevar más de un año en el poblado antes del 27 de diciembre de 2005, cuando Ayuntamiento y Comunidad firmaron el convenio para el realojo- y si no se cumplen, no se entra en el proceso». Las promesas de realojo han sobrevolado durante muchos años el Salobral. Hasta la primavera pasada se quedaban en eso, en buenas palabras. Acabar con el chabolismo no es tarea fácil. Y quienes lidian con él cada día lo saben. «No se puede parchear la realidad», sentencia César, al que todo el mundo conoce en este territorio por su nombre. «Para acabar con esto hace falta interés político y un tipo de educación basado en la prevención», añade otra voluntaria.

A eso de las 18.30 horas, las puertas de la escuela se cierran.El aspecto del poblado muestra su otra cara, la de la droga.Cadáveres andantes que buscan su dosis se pasean por allí. Los hay que venden la madera que encuentran tirada para las estufas, método con el que sacan algo de dinero para comprar droga. «A partir de las 20.00 horas, esto es un ir y venir de gente», explica Manolo Bodega, ex drogadicto que ahora intenta sacar a gente de la calle. Trabaja con Betel, asociación evangélica que en su día le ayudó a él. «Venimos todos los días con la furgoneta, les ofrecemos comida y charlamos con ellos. Intentamos que dejen esto», afirma Alberto López, otro voluntario con una larga historia relacionada con las drogas. «Hemos sacado a miles de personas de esta mierda».

Fernando Berzal, 46 años, albañil, coge unas galletas y unos yogures mientras cuenta su historia. «Conocí la droga en 1979».Tiene cuatro hijos. «Jamás me he pinchado». Gasta entre 30 y 50 euros, «a veces más», cuando se quiere meter. «Me gusta y lo hago, pero no abuso». Fuma mezcla tres veces por semana. Las visitas se suceden e incluso se forma cola en la parte trasera del vehículo, donde guardan los alimentos. El deterioro de algunos rostros impide incluso calcular la edad aproximada. «Si te animas, puedes venirte con nosotros», le dice Manolo a un chaval joven que viste chándal gris y cazadora. Luce buen aspecto, aunque la procesión va por dentro. «He estado 12 años sin meterme y he caído otra vez».

Cae la noche sobre El Salobral. A esas horas, los más pequeños del poblado duermen. La escuela, mañana, volverá a sacarles, por unas horas, del horror.


AUN QUEDAN 1.000 CHABOLAS EN LA COMUNIDAD

El IRIS, que cuenta con unidades móviles en el Salobral, sigue una serie de pasos desde que anuncia la concesión de un piso hasta que la familia ocupa la vivienda. Antes del traslado, el equipo social del instituto imparte el curso de preparación a la vivienda, donde se dan unas nociones básicas de convivencia.La entrega de llaves se produce casi a la par que el derribo de la chabola. Entonces se les acompaña a su nuevo hogar. «Y se realiza un seguimiento por parte del IRIS», explica el gerente, Javier Ramírez.

Que se empadronen, que se saquen la tarjeta sanitaria, que se escolarice a los menores... «Los controles son quincenales y, en ocasiones, semanales». Duran tres meses. Las familias están en régimen de alquiler con contrato de dos años. «Pagan una media de 70-74 euros». Y corren con los gastos de comunidad.

A partir de ese cuarto mes, el seguimiento es más básico. «El porcentaje de integración es del 96%», cuentan en el IRIS. «En la Comunidad hay 8 CPC (Centro de Promoción Comunitaria), que se encargan del seguimiento. «Existe una política de dispersión en los realojados para evitar que se formen guetos».

En la actualidad en Madrid hay unas 1.000 chabolas, repartidas en los poblados de El Salobral, Las Carolinas, Mimbreras, Cañaveral, Quinta, Ventorro y Puerta de Hierro. «En todos ellos, hay personal del IRIS».

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