La visita del presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, a Arabia Saudí y su encuentro con el rey Abdulá concluyó con una promesa bilateral en la que ambos países se comprometieron a poner freno al conflicto entre suníes y chiíes que afecta a la región.
«Los dos líderes estuvieron de acuerdo en que el mayor peligro que amenaza a la nación musulmana es el intento de expandir la división entre suníes y chiíes», explicó la agencia de noticias saudí (Spa).
Tras la entrevista y el suntuoso banquete con el que fue agasajado en Riad por el monarca saudí, Ahmadineyad regresó el mismo sábado a Teherán tras ocho horas de estancia en esa capital y no permaneció hasta el domingo, como se había informado con antelación.
Desde su país, el presidente iraní se refirió a lo que él considera «un complot fomentado por los enemigos para dividir el mundo islámico. Pero tanto nosotros como los saudíes somos conscientes de las amenazas de nuestros enemigos y las condenamos. Pedimos a los musulmanes que sean conscientes del complot y estén alerta», aseguró sin citar a los supuestos instigadores de la confrontación.
Numerosos líderes chiíes, tanto iraníes, como libaneses o iraquíes, han acusado en múltiples ocasiones a Estados Unidos de promover la animadversión entre ambas sectas, apoyando incluso a grupos suníes radicales, una tesis que elaboraba en su última edición el prestigioso periodista norteamericano Seymour Hersh, basándose en declaraciones de funcionarios de EEUU y diplomáticos árabes.
Puntos en común
Ahmadineyad afirmó que, tanto en la cuestión palestina, como en la Guerra de Irak, los dos países tienen «puntos de vista comunes», y, según la Spa, se comprometió a «ayudar a los esfuerzos del reino [saudí] para calmar la situación en el Líbano». El mismo medio de comunicación añadió que los dos dignatarios esperan que «todas las partes libanesas respondan [positivamente] a estos esfuerzos».
La mediación de Teherán y Riad en la crisis política libanesa sigue siendo crucial y se ha intensificado. En tal sentido, nada más concluir el periplo de Ahmadineyad, se anunció la llegada a Arabia Saudí de Saad Hariri, principal líder de la comunidad suní libanesa y un estrecho aliado del rey Abdulá, mientras que el presidente del Parlamento de esa misma nación, el chií Nabih Berri, anunciaba desde las páginas de Asharq alawsat un posible acuerdo entre los dos sectores enfrentados en menos de 48 horas.Dicho pacto incluiría un nuevo Gobierno de unidad nacional y el refrendo del tribunal internacional que debería juzgar el asesinato de Rafic Hariri, lo que supondría un giro tanto del bloque comandado por Saad Hariri como del que se agrupa en torno a Hizbulá, el principal socio de Irán en el Líbano.
Sin embargo, la posibilidad de que Irán o Arabia Saudí puedan influir en el desarrollo del conflicto sectario que azota a Irak resulta menos cierta por cuanto la confrontación ha adquirido ya una dinámica propia, alentada por centenares de grupos armados de muy diferente filiación y por una violencia desbocada.
El propio ministro de Asuntos Exteriores de Teherán, Mohamed Ali Hoseini, desestimó unas hipotéticas conversaciones bilaterales con EEUU para discutir sobre la conflagración iraquí, aunque aclaró que es Washington quien está solicitando diálogo. Una noticia que confirmó el hasta ahora embajador estadounidense en Bagdad, Zalmay Jalilzad, en una entrevista con la cadena de televisión CNN. «Estamos preparados para hablar con los iraníes», dijo Jalilzad, rompiendo el tabú que suponía antes esbozar siquiera cualquier contacto con lo que Washington considera la personificación del mal.
Teherán también se apresuró a desmentir una información difundida por la Spa, según la cual, Ahmadineyad habría expresado en Riad su apoyo al plan de paz para Oriente Próximo que presentó Riad en 2002, que incluía el reconocimiento de Israel por parte de todas las naciones árabes a cambio de que Tel Aviv se retirara de los territorios que capturó en 1967.