La europeidad es un «concepto infinitamente maleable, cambiante e inclusivo». La particularidad de estas palabras de Benita Ferrero-Waldner es que la comisaria de Relaciones Exteriores las dijo, hace pocos días, en la Universidad Hebrea de Jerusalén, ante una audiencia deseosa de entrar en la Unión Europea, que no está para más ampliaciones, pero tal vez sí para algún miembro virtual.
El 75% de los israelíes quiere que su país se una a los Veintisiete, según un sondeo de la Fundación Konrad-Adenauer. En enero, el ministro israelí de Asuntos Estratégicos, Avigdor Lieberman, proclamó la entrada en la UE como un «objetivo político y de seguridad». El 6% de los israelíes ya tiene pasaporte europeo y otro 14%, casi un millón de personas, podría tenerlo por el origen de sus padres; el comercio entre el país y el bloque es floreciente -el 30% de las exportaciones de Israel se dirigen a la Unión, de donde proviene la mayoría de las importaciones israelíes-; y, para quien busca argumentos históricos, los judíos se han pasado siglos errando por Europa.
La adhesión es política-ficción, entre otras cosas, por la crisis interna de la UE, con dificultades para trabajar con 27 países y sin ningún cambio institucional tras el rechazo de la Constitución.Pero hoy, en Bruselas, la ministra de Exteriores de Israel, Tzipi Livni, tratará fórmulas para participar más en las agencias europeas y lograr un estatus especial, parecido al de Noruega o Suiza.
Los israelíes pretenden el libre movimiento de sus ciudadanos y sus bienes por toda la Unión o más flexibilidad para crear empresas transnacionales y establecerse en territorio europeo.
La Comisión, de momento, ofrece a Israel «profundizar» en su intervención en algunas políticas europeas. Ya está presente en el satélite Galileo, en el Programa Marco de Investigación y en varias iniciativas medioambientales. Según el ministro español Miguel Angel Moratinos, el país podría aspirar «a una asociación privilegiada, con los beneficios de los miembros, aunque sin participar en las instituciones».
«Hay un enorme potencial para que la UE e Israel se acerquen.De los 16 países que participan en la Política Europea de Vecindad, Israel se encuentra entre los mejor situados para obtener beneficios significativos de una integración más estrecha con la UE», dijo Ferrero-Waldner en su conferencia en Jerusalén.
Entre esos 16 países, algunos como Ucrania, al menos por cercanía geográfica, parecen tener más puntos para acceder un día a la UE, si bien es cierto que la europeidad incluso geográfica es un concepto vago, como demuestra la pertenencia de Chipre o la candidatura de Turquía.
Israel quiere estar más presente en el Viejo Continente, pero no siempre muestra el mismo entusiasmo por la colaboración europea en su región. El Gobierno israelí recela de la política comunitaria amigable con los Territorios Palestinos (donde la Unión mandó el año pasado casi 700 millones de euros de ayuda pese a su veto al Ejecutivo de Hamas), y cierra, con cualquier excusa, el paso de Rafah que conecta Gaza con Egipto y que controla una misión policial de la Unión.
Los ciudadanos europeos tampoco recibirían con tanta alegría el acercamiento de los israelíes. En 2003, la Comisión publicó una encuesta, según la cual cerca del 60% considera a Israel la mayor amenaza para la seguridad mundial. Tras las acusaciones de antisemitismo (los líderes israelíes pedían hasta que la UE fuera excluida de las charlas sobre el proceso de paz), el sondeo no se ha vuelto a repetir.