FRANCISCO UMBRAL
A veces las generaciones jóvenes vienen a verme aquí, en la dacha, y por eso sabe uno que se han renovado en lo artístico y lo literario las juventudes españolas, que ya no se molturan en escritores políticos, aquí nombrados con frecuencia, con la misma frecuencia que estas generaciones les van olvidando.
Así, podemos afirmar que la última generación de posguerra, la que empezaba en Cela y terminaba en Buero Vallejo, apenas es ya frecuentada. Tampoco se acude al 98 ni al 27 ni a Ortega, como lo hicimos nosotros. No es que la mía sea la casa de Aleixandre, pero veo en ella más fervor que en cualquier sombrajo del 27, y eso que uno no cultiva la poesía lírica como debiera. Las preferencias de algunos jóvenes poetas y prosistas están en la juventud directamente hereditaria de Cansinos-Assens, aquel judío barroquizado (los judíos suelen ser más escuetos, como el elegante modelo de Swan, en Marcel Proust). Digamos que Cansinos ha disfrutado y disfruta un prestigio subterráneo promovido por los minoritarios o por su familia. Hacía este maestro una prosa llena de candelabros que caía mal en la católica España.
Pero el talento original era Gómez de la Serna, contemporáneo de los surrealistas franceses y cultivador asimismo de la imagen como planteamiento de la vida. Sin ser poeta, Ramón encapsula más lirismo en una greguería que muchos poetas de oficio. Al costado de Ramón se respira mucho París, como si él diera una conferencia a los elefantes del circo todas las noches. Este arte de juego encandila más a la juventud que frecuento. Cansinos, Carrère, Alejandro Sawa, Rubén Darío, Manuel Machado, etc. son algunos de los maestros que hacen magisterio actualmente entre una juventud aislada. Tienen su banderín de enganche en Joaquín Sabina, el cantante que quiere consagrarse en su madrileñismo mediante la música, la letra y un casticismo ilustrado que visita a cada uno de ellos como costumbrismo, madrileñismo y otras nostalgias.
Es consoladora esta generación que no pretende salvar España, como el 98, ni deshumanizar España como el 27. Sabina lo ha resumido todo en una copla austera que dice así: «Mira si soy colchonero/ que paso por Concha Espina/ como pasa un forastero». Concha Espina no es ajena al mundo de Cansinos, sino inmediata y oportuna en su capilla de Luzmela, para que todo quede atado y bien atado.
Toda esta movida juvenil hacia atrás responde sin duda a un cansancio y distanciamiento de la juventud más fina, de quienes se han cansado pronto de extranjerismos y quieren recuperar aquel Madrid tranquilo, bohemio, sedado, un poco triste, de modo que me preguntan por la Gran Vía y se exaltan contra las últimas reformas de nuestra calle internacionalista. Vienen y van de buena fe y hay que prometerles cosas para que su capitalismo (de Capital) no decaiga. Hay entre ellos barbudos ateneístas y chicas de minifalda. Me piden que haga algo y les prometo hablar con Ruiz-Gallardón y con Esperanza Aguirre, que es, ésta última, presentísima y firme como una madrileña de Cabestreros. Dejad que los niños se acerquen a mí. Y mayormente las niñas, que ondean la minifalda como un mantón de Manila.O sea.
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