Los neoyorquinos van a descubrir que, al otro lado del Atlántico, no hubo una sola capital cultural, París; van a aprender que también existió Barcelona, un hervidero de creatividad que vivió a la sombra de la Ciudad de las Luces. Éste es el mensaje que se llevarán grabado los habitantes de Nueva York -y sus turistas- después de haber recorrido la exposición Barcelona & Modernity: Gaudí to Dalí, que se inaugura hoy en el Metropolitan y que se presentó ayer a la prensa, en una mañana tan fría que conservaba los restos de nieve de Central Park.
Con un itinerario que bordea más de 300 obras, el visitante se hace a la idea de qué fue Barcelona y Cataluña -artísticamente hablando- durante siete décadas, entre 1868 y 1939: desde la efervescencia del Modernismo y la época de aprendizaje de Picasso hasta las locuras surrealistas de Dalí y las clarividencias esquemáticas de Miró.
La expectación ante la exposición es tal que los políticos catalanes no se han querido perder el momento -y la posibilidad de salir en la foto-. Allí estuvieron Joan Manuel Tresserras, conseller -minister en inglés- de Cultura de la Generalitat, y Jordi Hereu, alcalde de Barcelona, que no fue la única presencia municipal.El tripartito se presentó en pleno: con Hereu, el republicano Jordi Portabella, y la ecosocialista Imma Mayol. Y es que, por un día, la precampaña de las elecciones municipales se trasladó a Nueva York.
Ajenos a esto, los comisarios iban al corazón de la muestra.«La intención es recuperar el papel de Barcelona como un gran centro de modernidad, especialmente de las artes, dentro del tejido europeo del momento. Pero, a causa de la dictadura, se ha perdido la memoria internacional de ese periodo tan creativo y por eso la historia de esa época no se conoce aquí», explicó ayer Carmen Lord, coordinadora del proyecto junto a William Robinson, del Museo de Cleveland, donde la muestra ha recibido más de 80.000 visitas.
En el Metropolitan, se muestra en plan didáctico porque se trata de descubrir a los americanos la obra de artistas que en Europa son celebridades y en EEUU son prácticamente desconocidos, como Rusiñol, Casas, Mir, Nonell, Llimona, Togores, Jujol o Domènech i Montaner.
«Tenemos una idea de la historia demasiado estrecha, apenas se sabe que en Barcelona había todo un movimiento artístico igualable al del resto de Europa», continuó Carmen Lord, generando el siguiente interrogante: ¿Barcelona se puede comparar con París? «Sí se puede comparar con París en casos individuales, como el de los arquitectos Domènech i Montaner y Gaudí, que sigue teniendo una gran influencia por la ingeniería de sus construcciones», agregó Carmen Lord.
Jordi Falgàs, uno de los cuatro comisarios de la muestra y conservador jefe del Museo de Cleveland, no cabía en sí de gozo: veía culminado un sueño que empezó hace cinco años, cuando su director, William Robinson, le dijo que quería indagar en la época azul de Picasso, a raíz de la tela La vida. «Llegamos a la conclusion de que esta pintura, el emblema de la época azul, no se podía entender sin el Modernismo y Els 4 Gats», explicó Falgàs, resumiendo así la presencia en el Metropolitan de pinturas de artistas que nunca habían salido de España.
Algunas de las joyas pictóricas del Modernismo, el apartado más amplio y vistoso de la muestra, son los óleos Laboratori de la Galette, de Rusiñol, Le Moulin de la Galette, de Picasso, y el célebre Ramon Casas i Pere Romeu a un tàndem de Ramon Casas, cuya reproducción da la bienvenida a los visitantes del café Els 4 Gats que, inspirado en Le Chat Noir de París, se erigió como cuartel general del movimiento en el que militaban artistas modernistas y también un joven Picasso. «Barcelona se presenta en la exposición como centro creador del Modernismo, es decir, del arte moderno occidental. Que el Metropolitan le haya dedicado el mejor espacio de las exposiciones temporales quiere decir que algo está cambiando en la concepción de que sólo París era centro de la creatividad», defendió Falgàs.
Después vendría el Noucentismo, con un rechazo frontal a los «excesos emocionales» de sus antecesores -aquí los protagonistas son Manolo Hugue, Torres-García y Josep Clarà-. Esta vuelta al clasicismo acabaría derivando en la fascinación por la línea recta y el gusto por el minimalismo que defendieron los arquitectos catalanes agrupados en el GATCPAC. Fotografías del pabellón Mies van der Rohe de Barcelona y una espléndida maqueta del que Josep Lluís Sert proyectó para la Exposición Universal de París de 1937 resumen el giro catalán antes de que la Guerra Civil lo truncara todo.
Los estudios de Picasso para el Guernica y una máscara de Julio González, en la que casi se puede oír el grito que quiere salir de la boca, expresan el angustioso final de la historia de amor que tuvo Cataluña con el arte y las vanguardias.
Un arte sin Estado
Maite Ocaña, directora del Museu Nacional d'Art de Catalunya, y Cristina Mendoza, conservadora jefe de Arte Moderno del museo, fueron parte importante en los agradecimientos. No en vano, el Mnac ha contribuido a la exposición con 50 obras fundamentales como las de Isidre Nonell -sin duda, artista revelación de la exposición ante la reacción de los visitantes de Cleveland (donde antes puedo verse la muestra)- y Ramon Casas.
Pero, además de agradecimientos, las palabras de Joan Manuel Tresserras y Jordi Hereu estuvieron cargadas de mensajes más alla del arte. Ante una audiencia formada por periodistas y críticos de arte norteamericanos -el poder de convocatoria del Metropolitan es indiscutible--, el conseller de Cultura incidió en la importacia de esta exposición como trampolín al exterior para la cultura catalana. A nadie se le escapa que el Metropolitan es parada obligatoria para los turistas de todo el mundo que acuden a Manhattan.
En boca de los catalanes, Tresserras puso estas palabras (y lo hizo en catalan, al final de su intervencion): «Permitanme que les transmita el orgullo de los catalanes al ver sintetizada la transición de una sociedad tradicional a una moderna sin la participación directa del Estado. Son pocos los casos en los que una ciudad, a traves de la energía de la sociedad civil, llega a migrar hacia la modernidad. Es un orgullo poder explicarlo al mundo desde una plataforma como el Metropolitan».
Jordi Hereu no barrió hacia Cataluña (o hacia el modelo de Cataluña que expresó Tresserras entre líneas) sino que barrio para su casa, que es Barcelona, a la que dedicó todos los elogios posibles.Ya había expresado minutos antes a la prensa catalana su satisfacción por la consolidación de la marca Barcelona que comporta la exposición, montada en uno de los principales altavoces del arte del mundo.«No cambiará la imagen que la gente tiene de la ciudad, sino que la reforzará, porque ya goza de un gran reconocimiento», concluyó el alcalde.
