Un año más cuestionaremos la eficacia de las leyes, en particular la integral contra la violencia de género. Un año más comprobaremos que ellos no responden a un patrón o sector social concreto. El único denominador común de los maltratadores es que son hombres en el 94,48% de los casos, en los que se resalta "la extraordinaria brutalidad ejercida por los autores contra las víctimas además de la concurrencia en muchos casos de las circunstancias agravantes de alevosía y ensañamiento", según el avance de un estudio de las sentencias dictadas entre 2001-2005, realizado a petición del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género.

El estudio desmonta algunos tópicos al evidenciar «el escaso porcentaje de supuestos en que aprecia que el autor actúa a consecuencia de una enfermedad o alteración mental o a causa de su adicción al alcohol o las drogas. Ello permite destruir algunos de los mitos más generalizados que señalan que los homicidios y asesinatos en este ámbito se producen bien porque el autor está loco o por encontrarse bajo la influencia del alcohol o las drogas».

Desmontados los tópicos y comprobada que la procedencia de dichos individuos se reparte entre todas las clases sociales y edades, tenemos delante unos energúmenos a los que la leyes y condenas no les asustan. Energúmenos cuyo odio hacia sus parejas les lleva, en algunos casos, a herir o asesinar a sus hijos. Ante esta macabra situación nuevamente me pregunto: ¿qué es lo que lleva a esos hombres, aparentemente encantadores en su vida cotidiana, a maltratar y asesinar a las personas con las cuales comparten su vida, ya sean mujeres o hijos? Si la respuesta es, como vienen diciendo los expertos, la insoportable independencia de las mujeres que deciden dejar de ser un apéndice de sus parejas, tenemos un problema de difícil solución, ya que la franja de edad de los maltratadores y asesinos se concentra entre los 30 y 45 años, según el estudio citado anteriormente. Son hombres jóvenes que, al igual que sus parejas, han vivido una época en la que las mujeres y también una gran mayoría de hombres han luchado codo a codo por sus libertades, tanto individuales como colectivas.

Hablar de violencia de género y doméstica es hablar de situaciones extremas. Pero otras situaciones más cotidianas, y que pasan desapercibidas, siguen marcando la vida de muchas mujeres en este Occidente civilizado.

¿A alguien le cabe en la cabeza que aumentar el número de guarderías para facilitar el tener hijos sin dejar de trabajar sea un problema social?. Así lo creen los obispos católicos y los democristianos alemanes más conservadores que han criticado la propuesta de la ministra democristiana de Familia. El obispo de Augsburgo la ha acusado de degradar a la mujer al nivel de «máquina procreadora» y de convertir a los matrimonios en los que los dos trabajan en un «fetiche ideológico». ¡Así estamos en pleno XXI!