Son modelos. Modelos de anorexia. Las maniquíes resucitadas en la Semana de la Moda de París han llamado la atención por los atributos esqueléticos, las orejas de vampiro y los andares de cristal de Bohemia. Cuestión de tolerancia organizativa y de soberanía estética.
Mucho más cuando las medidas de control nutricional exigidas en las pasarelas de Madrid, de Milán y de Nueva York han acorralado en la capital francesa a las divas que tienen severos problemas de índice de masa corporal.
En caso contrario, hubiera resultado muy difícil responder a la demanda de modelos que se requieren para oficiarse 98 desfiles en apenas una semana (del 28 de febrero al 4 de marzo). Se trataba de dar a conocer escenográficamente la inevitable colección otoño-invierno, aunque muchos de los estilistas invitados al espectáculo, como Gaspard Yurikievich, Sophia Kokosalaki, Loewe o la casa Girbaud parecen sentirse particularmente atraídos por resaltar las hechuras cadavéricas y las osamentas decoradas.
La llamativa excepción parisina tiene pendiente sobreponerse a nuevas amenazas institucionales. De hecho, el ministro de Sanidad, Xavier Bertrand, ha puesto en marcha un grupo de trabajo multidisciplinar -médicos, estilistas, nutricionistas, publicistas- comprometido en establecer un canon mucho más restrictivo en los desfiles del porvenir.
Nada de vinculante ni de obligatorio, aunque el presidente de la Federación de la Moda francesa, Didier Gumbrach, aplaudió la iniciativa gubernamental a condición de aceptarse un eximente corporativo: «Los modistos no tenemos la culpa de la anorexia. La moda es un reflejo más de la sociedad». Se diría que un reflejo distorsionado y agonizante. Al menos, considerando el estremecimiento y la sugestión de los esqueletos animados que puso a caminar la diseñadora turca Dice Kayek en la jornada posterior a la inaugural.
No fue la única. Dries van Notten despojó de cualquier atisbo de curva a las modelos góticas y afiladas que exhibieron su colección florida. Igual que las lolitas desnutridas de Givenchy, las musas vampirizadas de John Galliano y los zombis que animaron el funeral de la firma Celine.
Unas y otras evidencias redundan en un estatus de impunidad que París defiende como trasunto de su poderío en el ámbito de la moda y como un criterio contagioso. De hecho, el diseñador español Josep Font, protagonista de la jornada del pasado viernes con sus lagarteranas futuristas, aprovechó su presencia estelar en la capital francesa para arrear contra los criterios selectivos que puso de moda la pasarela Cibeles.
«Mi opinión es que las modelos deben ser altas, guapas y delgadas. Y lo de medir la masa corporal me parece pasarse un poco de la raya. Se puede estar delgado y sanísimo. Las modelos deben ser esbeltas, porque una pasarela también es magia y tiene algo de irreal», señalaba el diseñador en declaraciones al diario Sur.
Casualidad o no, los desfiles parisinos reivindican implícitamente la anorexia al mismo tiempo que el Ministerio de Sanidad francés condena los efectos perniciosos de la obesidad con una nueva normativa televisiva. Quiere decirse que los anunciantes de los productos alimenticios tendrán que aludir explícitamente a las recomendaciones de hacer ejercicio, evitar la comida entre horas, aprovisionarse de verduras y demonizar la glotonería. En caso negativo, se les aplicarán castigos fiscales (aclaremos: a los anunciantes, no a los consumidores) y se les podrán incluir en una especie de lista negra estatal como si fueran narcotraficantes.
La paradoja se encuentra en el extremo de la Semana de la Moda parisina. Cualquier adolescente o adulto que encienda el televisor viene llamado a contenerse delante de la mesa y a conjurar el pecado capital de la gula. El problema es que el mensaje a la conciencia alimentaria le llega después de que el comentarista de moda de un telediario puntero se haya vanagloriado de la elegancia de una modelo que pesa 45 kilos.