JAVIER VILLAN
'Homebody/Kabul'
Dramaturgia y dirección: Mario Gas. / Autor: Tony Kushner. / Traducción: Carla Metteni./ Intérpretes: Vicky Peña, Gloria Muñoz, Mahamed El Hafi, Hamid Danechvar, Mehdi Ouazzi, Roberto Alvarez, Elena Anaya y otros./ Escenografía y vestuario: Antonio Belart. / Escenario: Tetaro Español.
Calificación: **
MADRID.- Por fin, no sé si en las postrimerías de su mandato, como desean y apuntan las lenguas bífidas de la Villa y Corte, se ha producido el estreno de ese gran espectáculo que Mario Gas nos debía; tres años o más esperando la revelación definitiva del inmenso talento que atesora Mario Gas. Si vuelvo a insistir en el «inmenso talento» lo hago a conciencia y de verdad. No es un piropo envenenado como a veces han creído el propio Gas y, sobre todo, alguien de su entorno.
En teatro no hay más veneno que la adicción que genera en aficionados y teatreros. Y en última instancia y considerándolo aviesamente, los malos actores, los malos autores y los malos directores. No es el caso; Vicky Peña es una excelentísima actriz y aquí tampoco hay asomo de doblez; pongo por testigos a las hemerotecas; los actores de Homebody/Kabul, en particular Mehdi Ouazzani, una especie de Virgilio por el infierno talibán guiando a la joven Priscila (Elena Anaya), cumplen sobradamente. Gloria Muñoz, dicho en el argot popular, está que se sale en un endiablado monólogo en varios idiomas. Entre los dos polos de una mujer que huye de Londres y otra que quiere escapar de Kabul, se mueve la dialéctica de Homebody. Por otra parte está Kushner, indiscutible para muchos aunque yo no creo que sea Bertolt Brecht ni Thomas Bernhard, por ejemplo.
Hay, pues, acumulación de talentos y se dan, en principio, todas las condiciones para que brille la genialidad de Mario Gas, cosa perfectamente exigible a un director de sus condiciones. Y, sin embargo, no es así. La suma de virtudes individualizadas dan un todo que no pasa de brillantemente irregular; con ráfagas y chispazos del mejor Gas, aunque aislados e inconexos. El empeño es colosal y a ese colosalismo contribuye una escenografía tenebrista de Antonio Belart, un trabajo que refleja turbadoramente un paisaje urbano de destrucción y muerte. En esas ruinas un padre (Roberto Alvarez) y una hija (Anaya) buscan a una madre que huyó del confort de Londres para reencontrarse a sí misma en el cementerio viviente de Kabul; para vivir, acaso, ocultos sueños eróticos de liberación.
Hay un desequilibrio estructural al prolongar excesivamente el monólogo inicial de la mujer (Vicky Peña) en su casa londinense. Sólo una actriz con los recursos, la sensibilidad y el aplomo de Vicky Peña sobreviviría a una hora y pico de verbosidad abrumadora, evocando la historia milenaria de Afganistán y la propia historia doméstica y reprimida. Vicky Peña sobrevive y, en ocasiones, con evidente brillantez. A partir de aquí las horas restantes de función quedan lastradas y reiterativas, salvo el momento glorioso de Gloria Muñoz.
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