Martes, 6 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6288.
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 DEPORTES
La patria del 1.500
CON EL TRIPLETE DEL EUROPEO, ESPAÑA SUMA 35 MEDALLAS EN LA ESPECIALIDAD EL DUO GONZALEZ-ABASCAL ABRIO LA LISTA EN 1982
CARLOS TORO

MADRID.- Birmingham (Inglaterra). Domingo 4 de marzo de 2007. Campeonato de Europa en pista cubierta. La imagen de tres españoles copando el podio de los 1.500 metros produce, más allá de la uniformidad indumentaria, una impresión de dominio que corresponde a una tradición de éxitos en una de las pruebas más prestigiosas del programa atlético.

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Es verdad que la carrera se veía devaluada a causa de ausencias notables (Ivan Heshko, Mehdi Baala, Rui Silva...). Pero no es menos cierto que la triple contundencia del cajón eliminaba toda explicación casual. Los españoles, en la voluntaria desaparición de sus principales adversarios, tenían poco menos que la obligación histórica de ganar por aplastamiento, además de por categoría profesional. Así lo hicieron, en la enésima demostración de que los 1.500 (el milqui, en la jerga del atletismo) constituye uno de los mayores referentes del deporte español en cualquiera de sus modalidades. Los llamados africanos de Europa se mostraron a la altura de su reputación.

Desde 1982 hasta hoy, los milleros españoles han obtenido 35 medallas (nueve de oro, 17 de plata y nueve de bronce) en las cinco grandes citas del calendario. Es decir: Juegos Olímpicos, Campeonatos del Mundo y Campeonatos de Europa. Y, en la pista cubierta, Mundiales y Europeos. Por descontado, el valor de las recompensas varía sustancialmente. Nada que ver un metal olímpico con otro europeo indoor. Pero todos sirven como explicación globalizadora y evidencia estadística.

Nombres.

Desde aquel 1982 solamente se han dejado de alcanzar medallas en 1988, 1989, 2003 y 2004. Por contra, se duplicaron competiciones triunfales en 1987, 1994, 1996, 1992 y 2002. Es importante resaltar que el número de medallistas asciende a 12: José Luis González, José Manuel Abascal, José Luis Carreira, Fermín Cacho, Isaac Viciosa, Mateo Cañellas, Reyes Estévez, Andrés Díaz, José Antonio Redolat, Juan Carlos Higuero, Sergio Gallardo y Arturo Casado. Algunos conquistaron varias; otros, una. Pero todos forman parte de ese numeroso ejército de mediofondistas laureados.

Semejante nómina habla de una densidad considerable, que se amplía con otros nombres que, en los años sin condecoraciones o en los fértiles, ocuparon plazas de finalistas y, en resumidas cuentas, contribuyeron a mostrar el pabellón y mantener la imagen nacional de marca: Andrés Vera, Manuel Pancorbo, Teófilo Benito... Y mucha otra gente corría hace ya bastantes años por debajo de 3:40: Anacleto Jiménez, Angel Fariña, Orlando Castro, Carlos García, Víctor Rojas, Marcos Rufo, los hermanos Hidalgo, etcétera, etcétera. Todos ellos, y también los héroes de Birmingham, tienen herederos. No cesa el flujo.

Los éxitos no nacieron de la nada. Cuando el atletismo español era un orgulloso mendigo, Tomás Barris ganaba pruebas de 1.500 en los famosos mítines del norte de Europa, donde se reunía la crema de la especialidad ante multitudes entusiasmadas y entendidas. El catalán corría en 3:41.7 en 1958 cuando el récord del mundo, a cargo del sensacional australiano Herb Elliott, era de 3:36. E, incluso, Fernando Morera inauguró el medallero con un bronce en Madrid, en 1968, cuando los Campeonatos de Europa en sala se denominaban Juegos Europeos.

Por encima de la marcha y el maratón, los 1.500 forman la punta de lanza del atletismo español. Incluso, en la imposibilidad real de comparación entre prácticas dispares, del deporte español en su conjunto. Quizás ninguna otra disciplina ofrece, en su concreción estricta, tanta garantía y tantos apellidos para sostenerla. ¿Cuáles son las razones? Probablemente, como casi siempre, genéticas y ambientales. Una especie de naturaleza que, al conseguir éxitos, produce un saludable contagio. Los campeones despiertan vocaciones y deseos de emulación. Ahí estamos. Ahí seguimos.

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