JESUS SANCHEZ MARTOS
Una huelga de hambre no es una enfermedad. Pero, si lo fuera, las cosas serían muy sencillas, porque conocemos su etiología, el agente causal, su desarrollo y las secuelas que se pueden producir en el tiempo, lo que nos permite disponer no sólo de un tratamiento eficaz, sino de una prevención que consiste sencillamente en no llevarla a cabo. Si nos basamos en los datos publicados, podemos decir que una persona en rigurosa huelga de hambre puede fallecer a los 65 días, aunque hay casos que han llegado hasta los 85.
Una huelga de hambre consiste en no tomar ningún alimento, salvo agua -sin la que no se puede vivir más de entre ocho y 10 días-, algo que, desde luego, no es lo que ha sucedido en el caso del terrorista De Juana Chaos. Especialmente porque desde que el juez dictara su mandato, los profesionales de la Unidad de Nutrición Clínica del Hospital 12 de Octubre le han administrado una nutrición totalmente equilibrada para sus necesidades personales, asegurando así la vida y evitando las secuelas de las que tanto se han hablado durante estos días.
Cuando una persona no come ningún tipo de alimento, bien porque lo ha decidido voluntariamente para poner fin a su vida o negociar con ella -como ha hecho este reo-, bien porque una enfermedad lo impide -como es el caso del coma o un proceso canceroso-, claro que nuestro organismo se resiente de forma muy importante. Pero en este caso estamos hablando de una desnutrición.
Nuestro organismo necesita energía y la toma de nuestras propias grasas y de las proteínas de los músculos, por lo que la persona adelgazará y presentará una importante pérdida de masa muscular, que será más pronunciada de forma proporcional al tiempo que lleve sin comer. También disminuyen muchos minerales y las vitaminas, así como las propias defensas del sistema inmunológico, lo que confiere una mayor vulnerabilidad a las infecciones que, en todo caso, pueden llegar a ser tan graves que desencadenen la muerte. Se afecta el sistema digestivo, el hígado, los riñones, el corazón y el propio cerebro, sobre todo por falta de vitamina B.
El final de la vida llegaría, pues, a través de una insuficiencia hepática, una insuficiencia renal o incluso por una parada cardiaca. Pero todo esto no sucede en las personas que llevan tiempo en coma o tienen una enfermedad crónica y no pueden tomar alimentos, sencillamente porque la medicina nos ofrece la posibilidad de administrar los nutrientes necesarios a través de lo que se denomina nutrición enteral o parenteral -es decir, por vía nasogástrica o vía intravenosa- para garantizar la vida sin riesgo alguno para el enfermo. Y esto es lo que se ha hecho con De Juana Chaos desde que el mandato judicial así lo estableciera.
Significa esto que, desde una visión únicamente médica, este reo no ha podido estar nunca en peligro de muerte, porque ha estado en todo momento atendido por unos profesionales expertos en nutrición clínica. Además, si hubiera estado 115 días en huelga de hambre, además de haber conseguido un logro hasta ahora desconocido por la ciencia, su estado general no le hubiera permitido ducharse por su propio pie o salir caminando desde la ambulancia hasta la puerta del hospital Donostia. Imagino que la ambulancia, en todo caso, era medicalizada, pero nunca deberían haberlo sido las excusas del Gobierno para explicar esta decisión política.
Jesús Sánchez Martos es médico y catedrático de Educación para la Salud de la Universidad Complutense de Madrid.
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