Una día después de que las tropas de Estados Unidos se vieran involucradas en un incidente en el que murieron 10 personas -o 16, según otras fuentes-, un nuevo incidente con civiles ha vuelto a complicar las relaciones públicas de las fuerzas internacionales que combaten a los talibán y a sus aliados de Al Qaeda en Afganistán. Todo empezó el domingo por la noche, hora local, cuando un grupo de guerrilleros disparó un misil contra una base de la infantería de Marina de EEUU (los marines) -bajo mando de la OTAN- en la provincia oriental de Kapisa, al norte de la capital, Kabul. Dicho enclave está próximo a la base aérea de Bagram, donde hubo un atentado suicida la semana pasada mientras el vicepresidente estadounidense, Dick Cheney, estaba en el país.
El proyectil no causó víctimas, pero los soldados recurrieron a la táctica habitual en este tipo de ataques: pedir lo que se llama apoyo aéreo cercano. Es decir, un bombardeo. El resultado fue una bomba que impactó sobre una casa en una aldea vecina, matando a los nueve miembros de una familia, entre ellos un niño de seis meses de edad.
En otro incidente en la ciudad de Kandahar, un soldado estadounidense mató al conductor de un vehículo que se había acercado demasiado al convoy militar en el que viajaba. Kandahar fue la capital de facto de Afganistán con los talibán y ha sido escenario de numerosos atentados suicidas contra soldados de EEUU en el último año.
Un serio problema
Entretanto, el incidente del sábado, en el que 10 civiles afganos murieron por el fuego de los marines estadounidenses, amenaza con convertirse en un serio problema para el Pentágono. Las muertes tuvieron lugar después de que un soldado de EEUU resultara herido en un atentado perpetrado por un terrorista suicida en la provincia de Nangarhar, también fronteriza con Pakistán. A continuación, una multitud se concentró alrededor del convoy para protestar por la violencia. Los estadounidenses abrieron fuego y en la refriega murieron al menos 10 civiles afganos.
Según el Pentágono, los soldados dispararon porque estaban recibiendo fuego enemigo, y la concentración de civiles había sido planeada por los autores del atentado. Los funcionarios del Gobierno afgano en Nangarhar han negado esa versión.
Pero ayer todo el suceso se complicó un poco más cuando Ramat Gul, un fotógrafo afgano freelance que trabaja para la agencia estadounidense de noticias Associated Press (AP), denunció que los soldados le había borrado de su cámara digital las fotografías que había tomado de tres de los civiles muertos. Según Gul, dos militares estadounidenses, que sí estaban fotografiando los cadáveres, se le acercaron cuando él estaba tomando imágenes de tres personas que habían muerto bajo las balas de los marines mientras estaban en el interior de un coche.
Gul ha declarado que los soldados le dijeron: «¿Por qué estás haciendo fotos? No tienes permiso». A continuación, borraron de su cámara digital las imágenes que había tomado de los cadáveres. Poco después, el reportero logró que otro soldado le autorizara a tomar fotos, sólo para que, de nuevo, su cámara fuera temporalmente confiscada y sus fotografías borradas. Los estadounidenses también obligaron a un equipo de la televisión afgana, Ariana TV, a borrar una cinta con imágenes de los tres cadáveres. Lo mismo sucedió con un equipo de televisión de AP, cuyos miembros han preferido mantenerse en el anonimato.
El Pentágono declaró ayer que no tiene noticias del confuso incidente. Aunque los testimonios de los periodistas afganos indican que los soldados no estaban precisamente para bromas. «Bórralas o te borro yo a ti», fue una de las frases que le soltaron a Gul, según el testimonio de Taqiullah Taqi, un periodista de la principal cadena de televisión afgana, Tolo TV. La organización Reporteros sin Fronteras ha condenado la actuación de los soldados estadounidenses.
Las autoridades afganas no han ocultado su malestar con estos incidentes, que incrementan la popularidad de los talibán. Para el presidente del Comité de Seguridad Interior del parlamente afgano, Zalmai Muajedid, «los incidentes de Nangarhar y Kapisa harán que la confianza de la gente en las fuerzas de seguridad afganas e internacionales sean todavía menores que lo que eran».