No acabo de comprender ni a Dios ni al capitalismo, en ese orden, que es el de su importancia. Y me refiero a sus efectos, que algo tendrán que ver -Dios y el capitalismo- con ellos por ser sus causas. Estoy melancólico -por no decir deprimido o furioso- con el enfrentamiento que vivimos en estos días. Se diría que estamos partidos por dos. O en dos, lo que, en realidad, viene a ser lo mismo, aunque no lo parezca.
Iba paseando el domingo cuando se me acercaron dos chicas con pinta de ir a pedirme dinero. Pero una de ellas, con voz y sonrisa dulces, me dijo: «Somos de la parroquia y, como es Cuaresma, nos han enviado a decirte que Dios nos quiere como somos». Contesté: «Muchas gracias». ¡Y tanto!
Dios me quiere como soy. Que alguien te lo diga de repente es un alegrón, te sube la moral, te quita de penas y culpas, con independencia de que quien te lo diga sea un mensajero de Dios o de quien sea. ¡Como soy! Siendo como soy, eso es lo que cuenta. Muchas gracias.
Y, en tal momento, uno mira a su alrededor y ve a mucha gente, por la calle, que también es como es, o sea, muy distinta, y uno piensa, todavía bajo el influjo de las chicas de voz y sonrisa dulces, que Dios también les querrá a ellos como quiera que sean. Estupendo.
Consulto con frecuencia una colorista guía de restaurantes de Madrid, y resulta que hay, a ojo, como treinta o cuarenta variedades: chinos, japoneses, alemanes, vascos, asturianos, valencianos, armenios, italianos, catalanes, marroquíes...Bueno, esto es el capitalismo, me digo. O si lo preferimos, el mercado. Oferta para todos los gustos y de todas las clases.
¿Y entonces? Entonces, España partida en dos. En sólo dos. ¿Cómo es posible que todos los que cabemos en el corazón del Dios de esas chicas y en el corazón del mercado nos reduzcamos a dos bandos, blanco y negro, cuando se trata de la política?
Creo que esto es por causa de algunos intermediarios. Ojalá que Dios nos quiera como somos, pero la jerarquía de la Iglesia y sus instrumentos parece que se empeñan en que sólo pueda ser querido el que sea como ellos quieren. Me da la impresión, también, de que la izquierda trabaja aquí -después de sus antecedentes totalitarios- para que cada uno pueda ser como sea y quiera, mientras que la derecha se empeña, como siempre, en que, pensando cada uno a su aire, todos seamos, en la práctica, como ella cree que debemos ser. Según su ordeno y mando.
Por eso, las cuentas de Dios y del mercado no cuadran luego con la política. Porque son cuentas de boquilla. Porque el Dios liberal de esas chicas y el dios liberal del mercado no se corresponden con la mentalidad de algunos de sus intérpretes, que quieren imponer, en la realidad, sólo dos formas de ser: o con ellos o contra ellos. Y, por alguna razón que se me escapa, la gran variedad de formas de querer y poder ser acaba en política en dos bandos que se hostigan, porque uno no hace caso a los dioses liberales de sus chicas sonrientes y de sus guías coloristas.