Francia ha perdido la referencia colosal de Henri Troyat. Colosal por las dimensiones de su obra literaria e histórica. Colosal por su reputación perenne entre los lectores. Colosal porque ni los achaques de salud ni la edad le habían impedido dedicar su último aliento a la biografía titánica de Boris Pasternak (2006). Tenía que ser un ruso, igual que él mismo antes de naturalizarse francés. Porque Lev Tarassov, he aquí su nombre original, había emigrado con la familia desde Moscú para escapar de la iracundia bolchevique. Sólo tenía seis años cuando comenzó la aventura migratoria, aunque las penurias del viaje y el ajetreo humano y escenográfico del periplo -los Tarassov atravesaron Crimen, Estambul y Venecia antes de llegar a París- redundaron en su modestia personal ( «el éxito es un concepto vacío e irrelevante») y en su mayúscula vocación literaria.
De hecho, la primera obra sin catalogar de Troyat la escribió con un amigo a los 12 años. Nada sabemos de ella. Conocemos, en cambio, que el polifacético escritor francés se atrevió a publicar su primera novela (Faux jour, 1935) cuando había terminado honorablemente el servicio militar.
Fue una prueba inequívoca de su precocidad. También la primera demostración de un estilo flaubertiano que Troyat convertiría en argumento del premio Goncourt -lo obtuvo en 1938 con L'araigne- y en método personal de escritura por razones de pulcritud, de respeto y de amenidad.
«Leía los párrafos de Flaubert en alto. Después trataba de escribirlos de memoria, pero nunca conseguía que mi resultado se pareciera a la referencia original», recordaba hace unos meses Henri Troyat. Era una prueba de su obstinación y de su perseverancia. Resulta que el novelista francés necesitaba escribir todos los días como una obligación y como una proyección vocacional que explican su omnipresencia en los escaparates franceses: cien obras, cien, jalonan el catálogo de Troyat entre novelas, piezas de teatro, ensayos y tratados biográficos de referencia.
Muchos de estos últimos conciernen a la vieja patria. Lev Tarassov nunca quiso regresar a Rusia pese a la apertura democrática y a las invitaciones. Prefirió reconstruirla interiormente a fuerza de escribir sobre sus grandes referencias históricas y literarias. Las primeras se centraron en los personajes de Pedro el Grande, Catalina la Grande y Rasputin.
Las otras, en cambio, permitieron a Henri Troyat tutear a Dostoievski, Pushkin, Chejov, Gogol y, especialmente, Leon Tolstoi. Sería porque ambos compartían las mismas iniciales. O sería porque Guerra y paz fue para el pequeño Tarassov una de las mayores revelaciones de toda su vida. Literaria y humanamente: «No me fío de la realidad, porque está llena de avatares inverosímiles», repetía Troyat. «Escribir una novela, en cambio, es convertir las cosas en más emocionante de cuanto lo fueron o de cuanto podrían haberlo sido».
Fiel a sus consignas y a su regularidad, el escritor francés aparecía en las encuestas de opinión pública como la figura literaria más reputada de Francia. Méritos populares que se añadían a los institucionales, puesto que Troyat ingresó en la Academia Francesa en 1959 y permaneció como decano hasta la madrugada del sábado. Fue entonces cuando le sobrevino la muerte a los 95 años de edad, aunque la noticia trascendió ayer con tanto retraso como consternación. Empezando por el presidente Chirac, cuyas palabras de condolencia insistieron en esa talla colosal que también ha dado luz al sur de los Pirineos con la publicación de Mientras la tierra exista, El pan del extranjero, Siembra y cosecha y El elefante blanco.
Henri Troyat, escritor, nació el 1 de noviembre de 1911 en Moscú y murió en París el 3 de marzo de 2007.