FRANCISCO UMBRAL
La calva absoluta es el strip-tease de la cabeza. El primero que me sorprendió con una especie de cabeza blindada fue Gabriel Albiac, que escribía en este periódico, filósofo y buen amigo que sigue ilustrándonos desde lejos y desde cerca. Me explicó la teoría de su cabeza decapitada de pelo: «Si voy a llevar siempre cuatro pelos me parece más digno lucir la calva completa, que dice más sobre mí a los observadores».
Uno ha convivido mucho con calvas ilustres, que casi todas lo son, desde Ortega a José Hierro, que solía ponerse el casco de los aerosoles por arriba y le quedaba una calva muy elocuente cuando echaba discursos desde la cama. Los periodistas de antaño se preocuparon muchas veces por saber por qué rayos un señor tan lúcido como Ortega se hacía un peinado de calvo que no ocultaba nada, poniendo a un lado todo el cabello que le quedaba. Y los periodistas contemporáneos hemos debatido mucho la calva de ensaimada de un político vasco, hombre muy inteligente, pero que no había resuelto el problema metafísico de su calvicie.
La verdadera revolución de las calvas está sucediendo ahora, cuando hay calvas de toda condición: la calva elegante, la calva beligerante, la calva elocuente, como ya hemos dicho, y otras calvas. Toda una generación ha decidido que ya que no hay solución para su calva, que hasta algunos reyes la lucen, siempre será mejor tirar de calva y buscarse la vida. Pero hemos dicho una generación y se trata de varias coincidentes en el tiempo y el espacio. Observo que las mejores calvas son las de los fotógrafos de los periódicos. Hoy, un calvo cuida su cabeza como una ministra cuida su melena. Hemos pasado de la peluca pretenciosa a la calva desafiante, que sólo le sienta bien al hombre combativo de la vida moderna.
La cabeza rapada viene a completar el desnudo absoluto de las playas. El hombre se continúa a sí mismo dignamente en el desnudo esbelto de la cabeza y la mujer lleva un turbante sutil que viene a completar los desnudos de su cuerpo progresivamente realzados por la gracia femenina para enseñar una cosa más.
No es sólo una moda ni un sindicato ni un partido político ni un capricho. Es una respuesta más a los uniformes invasivos de la política. Cuando la Guerra Civil, aquella guerra que hubo, tan anecdótica, el filósofo Eugenio d Ors se presentó en una de las capitales franquistas, se inventó un uniforme muy particular y muy barroco e incluso la primera noche guardó las armas en una plaza, algo así como lo que hiciera Don Quijote. Le dijeron a D Ors los vecinos:
- Parece que le gustan a usted mucho los uniformes, don Eugenio.
- Me gustan los uniformes siempre que sean multiformes.
El hombre es vanidoso de su uniforme de guerra como la mujer lo es de su vestido de novia. Ahora que ellas se casan con cualquier trapillo el hombre va al matrimonio con una calva elegante y que se le parece, como que es la suya. Todo varón rapado tiene algo de filósofo no sé por qué. A Ortega le faltó encontrar su modelo de cabeza. Pero su prosa se merece una buena calva.
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