CARLOS BOYERO
Observo con la habitual fatiga otro coloquio sobre la ardiente actualidad política, moderado por Mamen Mendizábal y protagonizado por gente joven y molona que ya está cortando el bacalao en sus partidos. Trabajar cansa titulaba un libro de poemas el lúcido y devastado suicida Pavese. Casi tanto como ver la tele, ojear periódicos y oír la radio en días como éstos, ser bombardeado sin tregua con los argumentos sobre la realidad de gente que emplea machaconamente algo tan difícil de creer como «la verdad es ésta», ante la inminencia de eso tan jugoso para los que viven del invento consistente en pillar votos.
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Creo escuchar a Mendizábal: «Vosostros estáis en la política , pero la gente vive otra realidad». Carme Chacón, con ese inequívoco aroma de reconvertida pija catalana responde con tonillo nasal: «Nosostros somos el reflejo de la gente, somos el reflejo de la soberanía popular». Y yo, decidido por la brutal caída de máscaras de los de siempre a bautizarme en eso tan antipático de ir a las urnas, votando no a favor de los inencontrables buenos, sino en contra de lo decididamente impresentable, siento el mosqueo ancestral a tener que elegir con hastío entre lo mediocre y lo peor. «¿ Qué tiempos son éstos en los que...?» comenzaba un poema de Brecht. Pues como los de siempre, imagino, con la diferencia de que el discurso político está intolerablemente pesado, espeso hasta la náusea.
Escucho en el telediario que vuelve la moda del lazito azul para identificar a los buenos de los villanos. Como jamás he llevado encima ni chapas, ni banderas, ni iconos, ni símbolos, ni carteles para demostrar a que parroquia estoy adscrito, no me supondrá un problema moral ni cívico seguir a pelo. También escucho el testimonio de un policía sobre la mentalidad de uno de los pavos que ejecutaron la masacre de los trenes aquel maldito día. Al reprocharle su indignado y magrebí hermano que le hubiera quitado la vida a 191 personas inocentes y anónimas en la ciudad que le había acogido bien a él y a su familia, el fundamentalista le contestó. «Todos los días matan en Irak y en Palestina a 200 personas y a nadie le importa». Su rozamiento es difícilmente contestable, hay asesinados de primera, segunda y tercera clase, pero tengo claro que ninguno de aquellos obligados madrugadores que volaron por los aires eran culpables de ningún genocidio. Estos terroríficos zumbaos conceden el mismo e ínfimo valor a la vida ajena (también a la propia) que Bush. También están de acuerdo en que Dios está de su parte, ese ente que jamás ha aparecido en carne y hueso, pero en cuyo puto nombre (de la economía no se habla nunca) se cometen las mayores barbaries un año sí y el otro también a lo largo de la Historia.
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