A nadie ha dejado indiferente la obra de Baudrillard, cuyos libros se suceden, de forma puntual e ininterrumpida desde hace décadas. A nadie ha dejado indiferente un pensamiento insumiso que, a partir de las condiciones sociales y culturales, a partir de la producción artística y de la teórica, del imperio de las exposiciones y de los medios de comunicación, de la producción libresca, ha pretendido -y quizá conseguido- conceptualizar nuestra condición. Y el concepto que nos corresponde, el que corresponde a nuestra sociedad, a nuestros usos y costumbres, es todo menos tranquilizador: simulacro.
Sociedad y cultura ya no posmodernas, término que a la postre se ha convertido casi en tranquilizador, sino simuladoras y simuladas, como las imágenes que, a través de los medios, narran el presente y sugieren, o decretan, el futuro.
Sociólogo particularmente atareado con la comunicación y el lenguaje, con el intercambio simbólico y el imperio de los signos, Baudrillard denunció muy pronto las perspectivas teóricas que basaban sus análisis, sus pronósticos y sus diagnósticos, en la insistencia de una presunta realidad. Realidad de la naturaleza, de la sociedad o de la historia; realidad de la verdad, de la justicia, de la belleza. Realidad del sentido.
Lo real, en todos esos ámbitos -y en muchos más, también investigados por el pensador francés- se decide en el macromecanismo de los intercambios: Sin duda en el de los intercambios económicos, pero sobre todo en los intercambios sígnicos y simbólicos, que proponen una hiperrealidad aceptada, sin embargo, como el lugar de los hechos.
Se habla, se sigue hablando, de la sociedad, de la cultura, de la naturaleza y del arte; se habla, se sigue hablando del trabajo y de la guerra. ¿No existen?, nos preguntamos. Y recordamos, repentinamente, una predicción de Baudrillard días antes de que estallara la primera Guerra del Golfo, en la que se decía (en la que se titulaba): la Guerra del Golfo no tendrá lugar. La frase ha servido a algunos para ridiculizar el trabajo del sociólogo, al parecer ignorante de las más evidentes frecuencias de la sociedad. Se pasa por alto que la frase es cita de un célebre título. Y se ignora que esa frase, precisamente, puede servir como argumento de buena parte de los logros de Baudrillard: que obligan a pensar el lugar de lo que presuntamente sucede.
Y el lugar es el escenario, el ámbito de la simulación organizada: ámbito en el que lo real falta o falla, y en el que es sustituido por mentiras, no necesariamente piadosas (...).
En este cabo del tiempo en el que la potencia de la cultura de la imagen, de la lógica del simulacro, ha alcanzado una inmensa, una desmedida, capacidad de acción, la lección de Baudrillard ha de ser retenida.
No reverenciada; sí escuchada.
Y, mientras tanto, los intercambios de signos crecen, amenazan -o prometen- con acabar con cualquier atisbo de realidad: resto utilizable o residuo inútil. Mientras tanto el simulacro despliega su incontestado imperio en todas las áreas del pensamiento y de la acción: representación sin presencia.
En el escenario del simulacro ya no cabe nada; ni siquiera la añoranza, ni siquiera la nostalgia. Efecto, ellas mismas, de la misma lógica fatal del simulacro.
Seis de marzo de 2007: la muerte de Baudrillard no tendrá lugar.
Patxi Lanceros es profesor de Filosofía Política en la Universidad de Deusto.