El efecto fue devastador sobre todo el Barcelona: despersonalizó a los dueños de la pelota, con Iniesta en misiones de lateral, cortó el flujo que necesitaba el ataque, incapaz de provocar una acción de peligro en más de media hora mientras Valdés agotaba las cuentas de su rosario, y hundió su moral. Todo lo contrario le sucedía a los futbolistas del Liverpool, convencidos de lo que querían y de cómo hacerlo, y eso es sin duda mérito de quien los dirige.

¿Significa todo ello que Benítez sea mejor entrenador que Rijkaard? Sí en la pizarra y también sobre el partido, como demuestra este doble duelo y el hecho de que el español diera una vuelta inverosímil a una final de Champions, en Estambul, y el holandés se la complicara, en París, por renunciar a su matriz: Van Bommel en lugar de Iniesta. Pero a los grandes entrenadores los define también el calado de su proyecto, y ahí es donde el holandés tiene todavía una notable ventaja que su club y su afición deberían valorar en la madrugada de los carroñeros. Un proyecto cimentado sobre un fútbol ambicioso, vanguardista y ganador, que combina cantera y estrellas y, sobre todo, es fiel a la tradición de un equipo y al deseo de una hinchada que siempre fue condescendiente con el hedonismo si estaba acompañado de buen juego. Ahora deberían serlo con una eliminación que cierra una competición, pero no un ciclo. Eso lo decidirá Rijkaard y puede que no tarde demasiado.

La reflexión es oportuna cuando las dudas van a cercar al Barcelona y el último de sus verdugos es citado en el mentidero blanco, junto a Schuster o Míchel. Benítez es sobre todo fiel a sí mismo, a un concepto superlativo en lo táctico, ejecutado con una profesionalidad intachable, y el Madrid, antes que un nuevo ideólogo, necesita una ideología, un rumbo del que este gran Barça, incluso con viento en contra, no debe apartarse, por el bien de su afición y de los que aprecian el fútbol.

Como tantos otros inmigrantes en los banquillos de la Premier -antes Houllier, ahora Morinho-, Benítez ha contribuido a hacer más competitivo al fútbol de las Islas cuando cruza el Canal de la Mancha, pero habría que preguntar a los más viejos del lugar, a los de Liverpool, por ejemplo, qué sienten cada fin de semana con el juego de su equipo.

El Madrid, que hoy en Múnich intentará proseguir su huida hacia adelante, ha pensado en Schuster sin quitar un ojo a Benítez ni despreciar una opción puente con Míchel. Pero antes de hacer girar el bombo de los técnicos, dicho queda, debería definir cuál debe ser su filosofía de juego, cómo y dónde quiere jugar, cómo quiere ganar, costumbre que ha olvidado uno de los equipos más raciales de la historia, aunque ahora tales términos resulten peyorativos.