David Gistau
Cuando un receso interrumpe la señal de la televisión, los acusados se desinhiben y se comunican con el exterior de la jaula mediante un lenguaje gestual que por momentos recuerda la famosa parodia de Martes y Trece de la traducción simultánea para sordos.
Mientras la sala se desalojaba a mediodía, Rafá Zouhier, en chándal futbolero y de pie sobre un banco para que nadie se perdiera su nuevo reclamo de atención, reprochaba con un ademán elocuente a uno de los abogados de la acusación que con sus preguntas le hubiese clavado un puñal en la espalda. Detrás de él, los amigos Basel Ghalyoun y Fouad Morabit, eufóricos, levantaban los brazos y los pulgares para expresar satisfacción a sus abogados defensores. No en vano, ambos letrados acorralaron a 84.128, inspector de la sección magrebí de la UCIE, y evidenciaron la endeblez de sus fuentes y de sus pruebas más allá de la intuición propia, cuando éste acusó a sus patrocinados de haber adoctrinado en el chiscón de Virgen del Coro a Rifat Anouar hasta transformarlo en una mente «criminal y suicida». Con su traje de un gris funcionarial que se esbozaba por debajo de la persiana y mientras tamborileaba con los dedos sobre la rodilla, 84.128 llegó a reconocer: «Mi información sobre esto es escasa».
Anouar, uno de los terroristas volatilizados en el piso de Leganés, es un ejemplar de la cantera de la que se alimenta la yihad en las ciudades occidentales. Una suerte de náufrago social, sin arraigo familiar ni propósitos, que primero habría tratado de encauzarse jugando al fútbol en el Barrio del Pilar; pero que después, abducido por los círculos radicales que programaban robots en mezquitas como la de la M-30 y en las excursiones al río Alberche, ingresó en la senda de la iluminación y del «castigo a los incrédulos», con las huríes como premio final. Según 84.128, en este tipo de captaciones era notable el poderoso influjo de 'El Tunecino', un islamista «de nivel» cuyas propuestas criminales asustaban incluso a sus acólitos y que, a diferencia de los moritos del hachís, llevó a la perfección el camuflaje de corrección social: sólo en las vísperas del atentado y de su propia desaparición dejó de pagar un alquiler con el que había cumplido durante los cinco años anteriores.
La Policía siempre estuvo «un paso por detrás» de él. Y eso que, como dijo 84.128, sus intenciones cristalizadas en el 11-M no fueron «ninguna sorpresa» como la de 'El Chino', el que no le sostuvo la mirada a su hermano Mustafa, cuando éste le reprochó el tremendo crimen en su ciudad de acogida: «También en Palestina y en Irak mueren 200 todos los días sin que a nadie le importe». Frases así son las que se aprendían en la fábrica de mártires de Virgen del Coro.
Quienes, como Anouar o Mohamed Alfallah, tenían una determinación suicida, usaban el eufemismo de «tomar el taxi» para referirse al viaje hacia la inmolación en Irak. Según 84.128, Larbi ben Sellam gestionaba en España las rutas de la red Tigris. Y lo hacía con tal conciliación entre lo sagrado y lo terrenal que no admitía la salida de ningún suicida que primero no se hubiera apuntado al Inem para legar lo que cobrara del paro: las huríes saldrán gratis, pero aquí quedan pagos pendientes. Semejante fraude irritaba a 84.128: «Éste, además de un radical, es un caradura».
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