Miércoles, 7 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6289.
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JUICIO POR UNA MASACRE / Los testimonios / JESUS RAMIREZ
Cuando hoy también es 11-M
Sufrió daños en diversos órganos, sigue de baja y aún tiene metralla dentro «Cada día te acuerdas. Es como si la misma jornada se repitiera siempre»
PEDRO SIMON

MADRID. - Es 11-M cuando oyes sonar unos petardos en Navidad. Es 11-M cuando vas en transporte público y hay un frenazo y el vagón se para y no sabes por qué. Es 11-M cuando escuchas el ulular de unas sirenas como la banda sonora de un jueves en horizontal. Cuenta Jesús que es 11-M también cuando ves en la televisión a alguien envuelto en vendas. O hueles algo irreconocible. O respiras. O cuando te quedas en blanco... Es 11-M.

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Despierta Jesús Ramírez, aún de baja y con metralla dentro del cuerpo, y nos advierte de que anda en un bucle desmemoriado y regresivo. «Cada lunes, cada martes, cada miércoles, estás en el 11 de marzo. Me pasa lo mismo que en la película del día de la marmota: es como si la misma jornada se repitiera siempre».

A él, el peor día de su vida le pilló en la estación de El Pozo. La secuencia la ha revivido mil veces. Sube a la parte de arriba del vagón, trata de sentarse en un asiento de los del medio. Hay una explosión y cae sobre el hombre que ocupaba la plaza contigua. A los 20 segundos estalla otra bomba y todo se vuelve blanco y negro. Tiene el cuerpo quemado y una escápula rota. Está atrapado en tentáculos de hierro. Escucha algo terrible.

«Con el tiempo, a base de hablar con el psicólogo, he recuperado un momento que me ha marcado», comenta el vicepresidente de la Asociación 11-M Afectados del Terrorismo, citado como testigo en el juicio. «Un hombre iba diciendo: 'A éste sí, atended a éste'. 'A éste no, no, porque no hay nada que hacer'. Iba decidiendo a qué heridos se socorría y a cuáles no porque era una pérdida de tiempo. Era el que decidía entre la vida y la muerte».

De cosas como aquella a uno le queda un ronchón de por vida en la memoria, un ronchón que lo invade todo. Y así va Jesús, que confiesa que ya ha perdido un puñado de gafas y varios móviles, la imagen aquella vividísima machacándole a uno como un martillo pilón.

«Volvemos a revivir el horror con el juicio, el hacer frente a los que te han destrozado la vida. Y hay que estar preparado para no tirarse al cuello de esos tíos», asegura. «Ellos, en la sala, tienen 29 asientos para su familia y los parientes de los casi 200 muertos no. Ahora resulta que los encausados estaban todos durmiendo el día de los atentados, son unos benditos... No quiero ni un juicio estrella ni venganza. Sólo una sentencia justa. ¿Pero qué es lo justo, por ejemplo, cuando te han matado a un hijo o a una mujer?».

De aquel zambombazo de locos, a Jesús -que reconoce que «el planteamiento del suicidio» estuvo ahí- le quedan aspirinitas de vida. Como ninguna otra le supo la de aquel día en que, saliendo de la UVI, por los pasillos del hospital, una señora desconocida se le abalanzó llorando y se abrazó a él... Jesús pensaba que se había equivocado de paciente.

- ¡Está usted vivo!, ¡está usted vivo!

- Sí, claro.

- Es que llevo más de 30 años viéndole a usted subir al tren todos los días, ¿sabe?, con sus gafitas, con su periódico... Pensé que había muerto.

Y el vivo resucitó. Jesús conoce ya el nombre de aquella Penélope anónima de la estación y ha sacado en claro una cosa, al menos una, desde que la señora le dio un achuchón a quemarropa:

«Todos somos importantes para todos. Aunque no lo sepamos. A mí me lo enseñó aquella mujer».

Cuando esta entrevista termina y llega la despedida, Carlos, el fotógrafo, le palmea la espalda amistosamente a Jesús («Bueno, pues muchas gracias»). Éste se gira, se lleva la mano a la zona acariciada y, a pesar de la cara de dolor, sonríe.

- En este hombro noooo, hombre, en éste no... Todo el mundo me da justo ahí desde el día de los atentados.

Como para que se le olvide a Jesús. El hombro le recuerda que no es su día.

Porque siempre es 11 de marzo.

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