Miércoles, 7 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6289.
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EL 'CASO PLAME' / Lewis Libby, uno de los 'duros' de la Administración Bush, podría ser condenado a entre dos y 30 años de prisión / Se cierra así la crisis provocada por la filtración del nombre de una espía de la CIA
El ex jefe de Gabinete de Cheney, declarado culpable de perjurio y obstrucción a la Justicia
PABLO PARDO. Especial para EL MUNDO

WASHINGTON.- La carrera política del ex jefe de Gabinete y máximo asesor de Seguridad Nacional del vicepresidente de Estados Unidos, I. Lewis Libby, terminó ayer en el número 333 de la Avenida de la Constitución, en Washington.

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Allí, en el Tribunal de Justicia del Distrito de Columbia, el juez Reggie Walton informó a Libby de que un jurado de siete mujeres y cuatro hombres le había encontrado culpable de cuatro de los cinco cargos en su contra: uno por obstrucción a la Justicia, otro por mentir a los funcionarios del Departamento de Justicia y dos por perjurio, es decir, mentir bajo juramento a un Gran Jurado.

Eso supone una multa de 1,25 millones de dólares (950.000 euros) y una pena de entre dos y 30 años de cárcel, aunque probablemente quedará en la parte más baja de esa horquilla. Así que todo indica que Libby pasará un cierto tiempo entre rejas, que podría destinar a sus ocupaciones favoritas: la lectura de libros de Historia y la escritura de novelas pornográficas, como su obra El aprendiz, que publicó en 1996, y que se anuncia en sus solapas como «un cuento de bestialidad y pedofilia (...) cargado de perversión sexual».

Por el momento, sin embargo, Libby tendrá tres meses para decidir qué hace en la cárcel. Hasta principios de junio Walton no decidirá la sentencia, aunque su abogado, Theodore Wells, ya ha declarado que pedirá la anulación del juicio. Una opción que parece tener pocas posibilidades, puesto que el jurado des-estimó uno de los cinco cargos en contra del acusado. Eso implica que Wells lo tendrá difícil para convencer a los jueces de que la sentencia estuvo influida por motivos políticos.

Interminable culebrón

Así, salvo sorpresas de última hora en los recursos -o un perdón presidencial que algunos dan por hecho- se cierra el caso Plame, un interminable culebrón que comenzó hace casi cuatro años, cuando la Administración filtró que la esposa de Joseph Wilson, uno de los mayores críticos de la Guerra de Irak, era en realidad un agente secreto de la CIA. En Estados Unidos, desvelar la identidad de un espía es un delito penal.

Libby no ha sido condenado por la filtración. De hecho, fue el entonces subsecretario de Estado, y mano derecha de Colin Powell, Richard Armitage, quien contó a los periodistas el verdadero trabajo de Plame. Pero, en la investigación que se desató para determinar quién era el chivato, Libby destacó por su capacidad para no recordar conversaciones que había mantenido con periodistas ni con su jefe, Dick Cheney.

Así, Libby ha sido un extraordinario cortafuegos, al cargar con toda la responsabilidad del escándalo, librando de toda culpa a los otros dos grandes sospechosos del caso: el propio Dick Cheney y el máximo asesor electoral de George W. Bush, Karl Rove. De haberse visto Cheney o Rove afectados por el escándalo, cabe pensar que la Administración de EEUU habría entrado en coma. Así que, a fin de cuentas, lo que pasó ayer en es un mal menor para Bush.

También es un mal menor porque el caso Libby no tiene repercusiones políticas significativas. Por un lado, es una historia tan complicada que se le puede aplicar la frase de Bismarck respecto a la guerra de Schleswig-Holstein que enfrentó a Prusia con Dinamarca: «Sólo lo entendieron tres hombres: uno murió, otro se ha vuelto loco y el tercero lo ha olvidado».

En otras palabras: la gente normal se ha perdido en una trama que involucra a altos cargos de la Administración y a varios de los periodistas más famosos de EEUU, todos afectados por ráfagas alternativas de lucidez y amnesia sobre lo que hablaron en el verano de 2003. Y los estadounidenses tienen cuestiones mucho más tangibles de las que preocuparse, como la morosidad disparada de las hipotecas, el crecimiento estratosférico de los seguros médicos y la Guerra de Irak.

Pero la condena de Libby es un golpe profundo a la Administración Bush. Porque él fue quien coordinó el documento Guía de Planificación de la Defensa, escrito en 1992, en el que se sentaban las bases de la Doctrina de la Guerra Preventiva, con la que EEUU invadió Irak y bajo la cual algunos sectores de la Administración amenazan ahora a Irán.

En aquel documento se declaraba que la política oficial de EEUU «es impedir la reaparición de un nuevo rival», incluso «a un nivel regional». El documento contaba con la bendición del entonces secretario de Defensa, Dick Cheney, y del protector de Libby, Paul Wolfowitz, que después sería el principal impulsor de la Guerra de Irak. También colaboró Zalmay Khalilzad, el próximo embajador de EEUU ante la ONU.

Ayer, Cheney despachó el asunto en apenas seis líneas de comunicado. Se mostró «decepcionado» y «entristecido por Scooter», apelativo cariñoso de Libby. El vicepresidente, tras recordar los «años de servicio» a EEUU de su antiguo subordinado, recordó que Libby pretende recurrir la sentencia, por lo que prefirió «no comentar nada más», informa Afp.

La Guía de Planificación de la Defensa se convirtió en la biblia de los neoconservadores, el grupo de ideólogos que ha estado tras la invasión de Irak. Libby nunca ocultó su pertenencia a ese grupo. Ni su desprecio por los aliados de EEUU, incluyendo el Reino Unido. «¡Qué miedo! Gran Bretaña no nos apoya», dijo en tono burlón cuando en el otoño de 2002 el primer ministro Tony Blair pidió a Washington un último esfuerzo ante la ONU antes de lanzar la invasión de Irak.

En aquella época Libby solía utilizar la frase de Churchill «Toda mi vida ha sido una preparación para este momento» para referirse a su estado de ánimo. Tal vez para lo que nunca le preparó la vida fue para una condena como la de ayer.

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