La última vez que Angela Merkel debatió el recorte de emisiones en Bruselas era una desconocida ministra de Medio Ambiente, con 13 años menos, y la UE aún negociaba lo que después sería el Protocolo de Kioto. Hoy, como canciller y presidente de turno de la Unión, intentará aprobar el proyecto europeo más ambicioso contra el cambio climático en medio de la habitual división de los Veintisiete.
Enormes paneles con fotos de glaciares o desiertos tomadas por satélite y retocadas con pinturas multicolores rodean la sede de la Comisión Europea en Bruselas, convertida durante los dos días de reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la UE en la capital del debate sobre el calentamiento global (con Al Gore incluido). Pero la canciller Merkel no ha podido evitar que la discusión, más que sobre la subida de la temperatura terrestre, se centre en la energía nuclear.
Frente a la propuesta de que todos los países de la UE produzcan obligatoriamente el 20% de su energía antes de 2020 con fuentes renovables, como la solar o la eólica, y al menos el 10% de su combustible para el transporte salga del maíz, del vino u otros elementos biológicos, Francia ha contraatacado para pedir que la energía nuclear -origen de casi el 80% de su electricidad-, que no emite gases de efecto invernadero, se admita en las metas de cada país.
Franceses y checos
Los reactores nucleares, después de todo, sólo lanzan vapor de agua a la atmósfera. «Eso es incontestable. Pero éste será uno de esos casos en que la política niega la realidad», explica un diplomático de uno de los países contrarios a la energía nuclear. Checos y eslovacos apoyan la demanda francesa con el argumento de su escasez de sol y también de recursos hídricos para producir energía eléctrica verde, a las que se resisten una docena de países.
Según el borrador de la declaración común, la UE «se compromete a transformar Europa en una economía de alta eficiencia energética y con bajas emisiones de gases de efecto invernadero». Alemania repite que no hay «controversia» sobre la reducción media de emisiones de los Veintisiete en 2020 de un 20% respecto a los niveles de 1990 y un 30% si otros países siguen la iniciativa europea, pero algunos estados visceralmente opuestos a la energía nuclear, como Austria, amenazan con bloquear el paquete energético al completo si la UE admite las centrales nucleares francesas como ejemplo de lucha contra el calentamiento global.
Los alemanes, que no quieren modificar el plan para incluir la energía nuclear (que ellos están ya jubilando), repiten que la nueva inversión en energías renovables es el camino correcto para la reducción de gases de efecto invernadero, causantes del cambio climático.
Aprovechando la polémica, Polonia intenta arañar también excepciones para su industria. Los estados del Este subrayan que sus recortes no se deben calcular respecto a 1990, cuando sufrieron una crisis aguda por la debacle de la Unión Soviética, y presionan para conseguir un año comparativo de más producción cuando se pase a la «distribución de cargas» de los 27 países de la UE.
Reparto de cuotas
La negociación sobre ese reparto «será larga, como también lo fue la de Kioto», explica una fuente de la presidencia alemana, dispuesta a ceder sobre el objetivo vinculante de las renovables con tal de que no peligre el resto.
En el borrador de su declaración, los Veintisiete insisten en el «planteamiento diferenciado de las contribuciones de los Estados miembros que tenga en cuenta las circunstancias nacionales». El debate será variado, con los finlandeses que alegan el frío como excusa para recortar menos sus emisiones, los polacos, la caída del Muro de Berlín o España y su diferenciación, además del crecimiento de la población europea.
Merkel, quien ha pedido en una carta a sus colegas que actúen «de forma decisiva» contra las emisiones, espera que, al menos, no se toquen los principios básicos. «Los compromisos de reducción absoluta de las emisiones son la espina dorsal de un mercado mundial del carbono», dice la declaración, que también invita a bajadas colectivas de emisiones de entre un 60% y un 80% de aquí a 2050.
El ex vicepresidente Gore -no podía faltar en Bruselas el gurú del cambio climático- animó a los europeos a que abran el camino. «Estoy intentando que mi país cambie su política, pero, mientras tanto la UE es absolutamente clave para ayudar al mundo al cambio necesario», dijo el autor del documental Una verdad incómoda, tras una conferencia sobre biocombustibles.