La muestra Mujeres de terracota de la artista noruega Marian Heyerdahl tiene asombrados a los pequineses por varias razones. La primera, porque toma como base de su obra a los famosos guerreros de Xian, el tesoro arqueológico más exportado del país. Heyerdhal copia las figuras y les coloca rostros de niños y mujeres en un alegato pacifista... o enormes penes, en un alegato más genital.
La segunda razón es que esas figuras han recibido el visto bueno de los pudorosos censores comunistas, que tradicionalmente han apartado a la población de cualquier manifestación más o menos erótica.
«Enfoco mi obra en el sufrimiento de las mujeres y los niños, un dolor que se les fuerza a experimentar cada vez que la Historia se repite», explica Heyerdahl. «La crueldad de la guerra no ha cambiado con las tecnologías modernas. Las imágenes que se nos muestra a diario en los medios contaminan la sociedad, causando apatía e inspirando violencia al mismo tiempo. Las nuevas generaciones confunden la vida virtual con la real, creando premisas de perversidad y violencia».
Desde esta visión, su escultura propone una reflexión sobre el horror de las guerras que no se refleja en las crónicas: el dolor de las madres, esposas, hijos e hijas de los que sí han recibido el protagonismo en los relatos bélicos.
Detrás del discurso viene la historia de estas figuras. Heyerdahl cuenta que convivió tres meses con el campesino chino que en 1974 hizo uno de los mayores descubrimientos arqueológicos del siglo XX: todo un ejército de infantería y caballería de terracota que había permanecido enterrado durante más de dos milenios. En total, 8.099 estatuas funerarias de tamaño natural que rodeaban el mausoleo del emperador Qin Shi Huang, el mismo que ordenó construir la Gran Muralla.
En la provincia de Shaanxi, la carretera que une la capital, Xian, con el recinto que alberga las figuras, está sembrada de pequeños y grandes talleres que hacen réplicas exactas de los guerreros para los millones de turistas que visitan el lugar. Allí, la escultora noruega, hija del arqueólogo Thor Heyerdahl (famoso por la expedición de la Kon-Tiki), creó 70 figuras con expresiones faciales diferentes, tal y como ocurre con los guerreros originales. «Cada una tiene una personalidad, cada una cuenta una historia distinta», dice la artista.
En efecto, unas piezas tienen la boca abierta como si gritaran; otras cierran los ojos por el miedo; unas pocas sonríen y algunas están embarazadas o sostienen a niños en sus brazos. Vistas por detrás, mantienen el aspecto de las originales, con un uniforme y un peinado, recogido en un moño, que se han convertido en señas de identidad. El visitante de la exposición se adentra en este mundo desde esta perspectiva, la que le resulta familiar. Pero entonces, al rodear las figuras, se encuentra casi a traición con sus atributos.
Los nuevos soldados de terracota se exhiben desde hace dos semanas en una antigua fábrica militar del Distrito Artístico Dashanzhi, un cúmulo de viejas fábricas reconvertidas en el barrio alternativo de Pekín. La galería, la 798 Space, todavía conserva sobre los arcos del techo caracteres en rojo con eslóganes de la era maoísta. En los últimos años, este tipo de barrios han florecido en las pujantes ciudades del este de China. En otros tiempos, las fábricas eran ocupadas por jóvenes artistas que reclamaban espacios para la expresión. Pero ahora es el propio Gobierno de Pekín el que promueve la inversión en estos polígonos del arte y el diseño.
¿Está permitiendo China una mayor libertad artística? Lo curioso de la muestra de Heyerdahl es que tanto por su temática, las figuras de referencia y también por la forma de presentarla podría haber chocado con la opinión de los censores chinos. En el país hay sectores que ven en este tipo de concesiones una mayor apertura de las autoridades hacia la libertad de expresión artística. El Gobierno tiene la vista puesta en los Juegos Olímpicos de 2008, la carta de presentación de la nueva China en la sociedad internacional, y para ello ha anunciado ya una mayor flexibilidad en las restricciones a la libertad de información por parte de los periodistas extranjeros.
Pero lo cierto es que los mensajes de las autoridades chinas suelen ser contradictorios. Mientras se potencian los hubs de arte y diseño y se abren galerías, para muchos artistas internacionales el mercado chino sigue blindado. En el terreno musical, el año pasado se autorizó por vez primera el concierto de los Rolling Stones en Shanghai, pero a Mick Jagger se le impidió interpretar varios temas por el contenido sexual de sus letras. La versión en mandarín de la obra Monólogos de la vagina se cayó del cartel en el último momento a falta de la autorización oficial. Sin ir más lejos, la reciente primera exposición del Año de España en China, De Zush a Evru, una muestra del artista barcelonés Albert Porta, perdió dos obras que no gustaron a los responsables de cultura de la ciudad de Shanghai. Y cada vez que los artistas locales anuncian performances sin autorización, la policía suele presentarse para dejar claro que la expresion artística, en China, aún tiene sus límites.