'Los 7 suicidios de un gato'
Dirección, dramaturgia, vestuario, escenografía e interpretación: David Fernández. / Asistente: Gretel Stuyck. / Escenario: Teatro Pradillo.
Calificación: **
MADRID.- La improvisación escénica significa crear algo que llegue al espectador a partir del momento en que se vive. Esa falta de ensayo se cambia por un acto de expresión máximo, el del propio individuo en exhibición: sus ideas, su estado interno, sus necesidades de relación con el exterior y la dialéctica continua con él mismo. Se asume con ello un alto riesgo, sobre todo si el creador está en sus comienzos.
Riesgo doble también para el espectador pues juega a una ruleta que puede ser soporífera, cabreante, indigesta. No ocurre, al menos no el primer día, con el retrato vital que hace David Fernández, un inquieto artista que se cocina su música, su danza y sus palabras, y lo usa como expresión y como estímulo a la vez, cuando un sintetizador repite a modo minimalista, los sonidos que él hace. El chelo es parte especial en su iconografía pero no está muy aprovechado.
Su mejor recurso hiperrealista son dos niñas, su madre y un perro que cenan en un rincón y le observan. Es la fuerz+a de lo espontáneo, el comprobante in situ, del efecto que produce su espectáculo. Ellas son parte de su vida, preguntan y acaban cerrando la historia con un simbólico acto de meterse con él bajo el linóleo: son esa verdad que en lo convencional está encubierta.
Otro recurso instantáneo -la noticia del abandono de la huelga de hambre de De Juana- le sirven al actor para un juego de asociaciones mentales surrealista. Hubo peligro en un tema tan volcánico y lo dejó morir. Recurrió entonces a la conferencia con Olga Mesa, una experimentada creadora en este campo de la búsqueda personal de lo frágil, del desnudo interior. Ella le abrió puentes de memoria juntos para poder llenar otro de los siete espacios del tiempo escénico.
La pieza es inconexa, a veces se atranca y en el cómputo ganan los tiempos muertos. Pero también logra momentos estupendos, casi siempre con más ingenio en la conversación que en la danza.
Se configura un entramado caótico de dudas y esperas -la inspiración- que en el filo del suicidio total, se nos desvela como un discurso serio acerca de la experiencia del tiempo de lo verdadero y lo falso, del compromiso. Su tono payasil, de Club de la Comedia, descubre a un personaje tierno y listo, con gancho humano. Logra lo más difícil en estos experimentos: que apetezca intervenir y seguirle.
Han pasado las épocas de tremendismo teatral y de las grandes interrogaciones. La lucha contra lo establecido ahora -la realidad ha superado a la ficción en todo tipo de apocalipsis- lleva a los jóvenes al refugio del humor y las pequeñas cosas cotidianas como forma de atrincherarse en el propio entorno. Conviene verlo.