«Soy yo, estoy aquí abajo a su izquierda», le advirtió el periodista. Capello le localizó y llegó a sacar una sonrisa. «Claro que estoy preparado para seguir, pero estoy también pendiente de la decisión del club». Él, el hombre de acero, el ganador nato, el sargento de hierro... Todos esos apodos que la inmensa mayoría de la prensa le escribió en enormes pancartas para su bienvenida, siete meses antes, eran pisoteados. Parecía el final de una manifestación ilegal tras un carga policial, una fiesta de órdago aguada por un diluvio inesperado. No tembló en sus palabras, pero ayer el fondo se imponía a las formas, eso que siempre significó su fuerte.

Pendiente de la decisión del club, o sea, de los dos hombres que se empeñaron en sacarle de la Juventus a precio de platino. Hoy, el singular presidente y el no menos raro director deportivo decidirán sobre si esperar o no a un posible batacazo en casa del Barcelona para darle el dinero y decirle que corra. Y es imprevisible esa decisión, más escuchando a Mijatovic al final del partido. Pregunta: ¿Cree que Capello estará en el banquillo del Camp Nou? «No puedo responder a esa pregunta ahora», dijo el director deportivo a una televisión. Y después, el presidente pareció querer tranquilizar a su entrenador: «No soy partidario de hacer cambios en marzo», lo cual no quiere decir prácticamente nada.

A sus 60 años y con todo el camino pisado, el técnico italiano escenificaba la confesión de su fracaso. «Ha sido eliminado de la Copa del Rey y de la Liga de Campeones. ¿Tiene la sensación de que ha fracasado?», le apuntaron a la sien. «Claro, los resultados están ahí, no se pueden esconder. Es lo que hay...», contestó con esa tranquilidad que proporciona haberse poco menos que entregado a la policía después del crimen. Si me quedo, me quedo, pero si mi echan, no me vendría mal, debió pensar por dentro. Seguro.

A tres días para un partido clave, de supervivencia del equipo en el único puente de los tres que queda en pie, el técnico se apoyó en pequeñas excusas para no pasar a la historia del Madrid como un perdedor. Capello proporcionó explicaciones muy tibias sobre una derrota inmerecida, sí, pero que se fraguó en una idea equivocada de la noche. ¿Qué esperaban de Capello? Si le trajeron al Madrid fue a sabiendas de que ante partidos como el de ayer iba a trazar la línea de esa forma, torcida. «Bueno, yo pensaba que esa era la mejor forma, pero el gol tan pronto nos cambió todo», dijo, refiriéndose al tanto más rápido de la historia de la Liga de Campeones. Diez segundos tardó Makaay en anotar, 10 menos que Gilberto Silva en un Arsenal-PSV del 25 de septiembre de 2002. «¿Y si eso fue así, y usted se dio cuenta, por qué tardó media hora en retirar a Emerson y meter a Guti?», le preguntaron. «Hombre, quedaba todo el partido y el empate nos valía». Ahí apareció Raúl, más directo: «Cuando apareció Guti empezamos a jugar al fútbol». El Madrid había dicho que tenía molestias, pero Guti, tras el partido, manifestó: «Quien diga eso, miente».

Puede que la afición y que la prensa pidan hoy responsabilidades al veterano técnico. Seguro. Míchel, calienta que sales. El actual entrenador del Castilla parece el hombre elegido. La luz de Capello se extingue.

«Este equipo puede llegar al final de la temporada con un buen resultado», comentó, sin matizar si con él o sin él. No quiso tampoco cargar contra los jugadores, como no aceptó darle las gracias de forma pública (una vez más) a Iker Casillas por haberle evitado un sonrojo mayor. El próximo que fiche a Capello deberá tener cuidado a la hora de anunciar viajes a la fuente de la ciudad donde se festejan los títulos.

Casillas intentó dibujar un corazón enorme con sus guantes: «No podemos venirnos abajo porque no está en juego sólo ganar el título de Liga. Si nos apagamos puede peligrar la clasificación para la Champions. El Madrid le debe a su afición una alegría. Una no, muchas». Para Helguera, la vida es triste hoy: «O lo arreglamos nosotros o no lo hará nadie. Es uno de los momentos más delicados desde que estoy aquí».