CHUAN ORUS
En la temporada 2001-2002, los empleados de la estación Sappey-en-Chartreuse, situada en el macizo del mismo nombre, a escasos kilómetros de Grenoble, tuvieron que cargar nieve con camiones. Resultó un invierno duro, pero por falta de nieve. A pesar de los acarreos, sólo pudieron garantizar 14 días de esquí. Año terrible, pero menos que la temporada precedente, cuando los telesquíes no pudieron funcionar ni un solo día.
La situación de Sappey-en-Chartreuse es compartida por alrededor de 30 estaciones del Isère y unas 13 del Departamento de Hâutes Alpes. Son estaciones pequeñas, de remontes antiguos, la mayoría sin innivación artificial y casi todas por debajo de los 1.500 metros de altura. Sin duda, un cóctel mortífero para sus aspiraciones de supervivencia.
En un año tan escaso de nieve como éste cabe preguntarse por el futuro de los centros de nieve de nuestro país. ¿Correrán la misma suerte que sus vecinas francesas o que las desaparecidas españolas, Llesuí, La Tuca o Cotos? Desde luego que dar la espalda a los efectos del cambio climático es, además de equivocado, lo más parecido a la política del avestruz. Pero también sobran los talibán del pesimismo. La mayoría de las estaciones se han parapetado para que los efectos del calentamiento les afecten en el futuro lo menos posible. Y las que no lo han hecho, ya lo están pasando mal, aunque lo de esta temporada sea más un efecto meteorológico que climático: un anticiclón potente situado encima de las Azores que no deja penetrar ni borrascas ni frentes del oeste, y que facilita la entrada de vientos del sur: ocurrió en 1978, 1988 y 1940 -y entonces estábamos saliendo de una pequeña edad de hielo-, por poner algunos ejemplos.
Hoy en día la nieve de cultivo y las técnicas del pisado, por citar sólo los métodos, permiten mantener una capa de nieve incluso donde han brillado por su ausencia las precipitaciones. Pero hay algunas variables que en el futuro serán claves para la supervivencia de los centros. Y cito las imprescindibles: altura, débil exposición al sol, revegetación de las pistas y salida de aguas superficiales, reserva hidráulica y capitalización suficiente para soportar los costes de gestión si vienen mal dadas.
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