La tendencia de los madrileños a fijar una segunda residencia en los hasta hace poco agrestes y encantadores pueblos de nuestra Comunidad -cosa comprensible, por otra parte- ha degenerado en una orgía de cemento y asfalto a la que nadie ha puesto coto y que ha destrozado literalmente decenas de hermosos parajes. Pero lo peor está por venir. Ahora, el peatón se encuentra con que en Lozoyuela, bella localidad ubicada en el entorno de la Sierra de Guadarrama -declarada parque natural- quieren construir 20.000 viviendas, por lo que su población pasaría de los 1.000 a los 60.000 habitantes. Otro tanto ocurre también en Brea del Tajo, en el sureste de la provincia y con 478 vecinos, que pretende recalificar 2.450 hectáreas para, presumiblemente, construir más pisos. Y en Quijorna, pueblo que está al lado de una Zona de Especial Protección para Aves, a la alcaldesa del PP le parece estupendo que se levanten 9.500 viviendas, con lo que alcanzarían los 30.000 habitantes, que lucirán mucho más que los 2.300 actuales. Y sólo son algunos casos.

Sin negarse a apoyar el progreso y el desarrollo de las zonas rurales, al peatón le da la férrea impresión de que se encuentra ante un despropósito de dimensiones colosales, ante un exterminio paisajístico y ecológico que tendrá consecuencias tan insospechadas como desastrosas en un futuro no muy lejano. Dicen que la Comunidad de Madrid se quedará sin suelo urbanizable dentro de 18 años. A este paso, incluso antes. ¿No es hora ya de que empecemos a proteger decididamente los pocos tesoros verdes que aún nos quedan?