Pedro Víllora
Anoche terminaron las representaciones de Alas en el Teatro Real. No es propiamente el último espectáculo de la Compañía Nacional de Danza, puesto que se estrenó el pasado abril en Santander y desde entonces han creado al menos Quiebro y Gilded Golbergs, pero sí es representativo del estado en que se encuentra. Sería ridículo cuestionar a estas alturas el gran talento de su director, Nacho Duato, y a fe que cabe agradecerle que haya sabido configurar una agrupación cuya estilística es férrea y reconocible, con un lenguaje común y propio que comparte con otras compañías internacionales con las que establece una comunicación fructífera, y en la que se permite investigar pero sin alejarse excesivamente de ese núcleo estético y lingüístico que aúna y que sirve de objetivo. Pero me pregunto si la naturaleza jurídica de la CND es la más adecuada para facilitar por un lado el trabajo del propio Duato y, por otro, la evolución de la danza contemporánea en España.
Han pasado muchos años desde que en junio de 1990 Nacho Duato fuese nombrado director del entonces llamado Ballet del Teatro Lírico Nacional por iniciativa de Adolfo Marsillach y Juan Francisco Marco. Hoy es un intocable que ha sobrevivido a ministros y directores generales, entre otras cosas porque los políticos no sabrían qué hacer con una entidad convertida en una compañía de autor. Es difícil concebir que la CND pueda hacer algo diferente a lo que lleva haciendo -tan bien- desde hace década y media, hasta el punto de que las propuestas de aquellos creadores a quienes se ha invitado son afines a las del mismo Duato: pienso en Jirí Kylián, Ohad Naharin, Hans Van Manen, o los más recientes Tomaz Pandur -su aliado en Alas- y Wim Vandekeybus, cuyo Quiebro, tan discutido, gana muchísimo cuando se ve con la naturalidad de las ropas de ensayo y a plena luz.
Viendo Alas, en la que Duato revivía al ángel de El cielo sobre Berlín de Wim Wenders, pensaba en cómo ese ser celestial que deseaba compartir el destino de los mortales estaba enfermo de melancolía, entendida como nostalgia de lo no conocido. Me preguntaba si Duato no podría estar sintiendo algo parecido porque, ¿qué le queda por hacer en la CND después de tantos años? Cuando la compañía titular empezó a quedársele pequeña, creó la CND-2 para poder formar a los jóvenes. ¿Le basta con eso? Si en mi mano estuviese -que no lo está-, crearía para Nacho Duato una fundación cultural de financiación pública pero de gestión privada -la suya- y un teatro con una programación estable de danza. Una estructura flexible que no dependiese directamente de un organismo público, que no tuviese las obligaciones de una compañía nacional y en la que, por tanto, pudiese volar a su antojo y sin dar explicaciones.
Quizá esa melancolía que pueda estar sintiendo Duato sea la causa de la oscuridad con la que cubre sus últimas propuestas, la tristeza que las recorre, la sensación de ahogo y de caída. Y hubo un día en que Duato, no se olvide, era todo él luz.
|