Junto al colegio San Francisco de Sales, al oeste de Belfast, en el barrio católico, se puede leer en un muro: «Santa es un espía británico». Irlanda del Norte acudió ayer a las urnas en las que pueden ser unas elecciones definitivas para conseguir la paz tras más de 35 años de conflicto. Un conflicto aún marcado en cada esquina.
La gente camina con desdén hacia las urnas. En la puerta del centro, un tipo desdentado entrega papeletas donde están marcados los nombres de los cinco candidatos del Sinn Fein, los republicanos que desean la unidad con Irlanda.
En el lado opuesto de la ciudad, en el este, el reverendo Ian Paisley reparte propaganda electoral unionista rumbo a la urna. A la salida, deja las puertas abiertas al futuro. O al pasado. No aclara si aceptará o no formar un Gobierno con los republicanos del Sinn Fein.
Demasiados años de confrontación, demasiadas heridas sangrantes a las que la clase política no deja cerrar y cicatrizar. Sí lo hacen los ciudadanos, que en la calle hablan de paz, de prosperidad, de acuerdo, de futuro. «Lo que espero de ellos es que trabajen juntos y hagan algo positivo», dice Joe Hughes. En el oeste, Fra Hamilton, votante republicano, habla claro: «Si el Sinn Fein debe compartir poder con el DUP, entonces así será, no hay alternativa».
Eso es Belfast estos días, una ciudad más pendiente de lo que pueda pasar a partir de hoy que de la cita con las urnas. En Irlanda del Norte 1.107.904 ciudadanos tienen derecho a voto. En el mejor de los casos se confiaba en que ayer lo ejercieran al menos 650.000, el 58,7%.
El mal tiempo que hizo por la tarde, el fútbol europeo... Cualquier cosa justifica la apatía ante el constante desencuentro de unas fuerzas políticas incapaces de encontrar el equilibrio necesario que los lleve a compartir el poder como requisito indispensable para caminar al margen de Gran Bretaña.
La historia de estos comicios no es, por tanto, el resultado, sino lo que pase en las próximas dos semanas. Entonces se sabrá si las fuerzas mayoritarias serán capaces de formar un Gobierno conjunto -la decisión de los votantes no dejará, a priori, otra posibilidad- y asumir la autonomía de la provincia y el control de las instituciones o, por el contrario, se volverán a desencontrar.
El tiempo para negociar, aceptar, ceder y tender la mano no es mucho. Si antes del 26 de marzo no hay acuerdo de Gobierno, la alternativa es clara: Londres, custodio de la autonomía de Irlanda del Norte, disolverá, con el apoyo de Dublín, la Asamblea salida de las urnas en las elecciones de ayer y administrarán la provincia por tiempo indeterminado.
Si esta oportunidad no se aprovecha, la siguiente puede tardar años en llegar. También esto lo han dejado claro los gobiernos de Tony Blair, premier británico, y Bertie Ahern, primer ministro de Irlanda.
En el Ulster se puede hacer campaña a pie de urna. Lo hicieron Ian Paisley, líder del Partido Democrático Unionista (DUP), y Gerry Adams, su par en el Sinn Fein.
El último escollo para llegar a estas elecciones era que los republicanos reconocieran la legitimidad de la policía y la Justicia norirlandesas. Lo hizo el pasado mes de enero. Pero Paisley considera que no es suficiente, que esas palabras necesitan hechos. Es el último argumento que le queda para justificar su rechazo a que el Sinn Fein, en la figura del antiguo comandante del IRA Martin McGuinness, comparta el Gobierno con él.
Quizá es todo estrategia y Paisley, que pasó de un rotundo «jamás» a entrever que «tal vez» se constituya ese Gobierno de unidad, dé el paso definitivo para que Irlanda del Norte recobre su autonomía.
El futuro, de lo contrario, puede ser terrible.
El Sinn Fein ha dado todos los pasos que se le han marcado. Hasta el punto que este martes un sector disidente del partido publicó en el Irish Times un manifiesto pidiendo que no se votara a los republicanos. Viejos miembros del Ejército Republicano Irlandés consideran que reconocer a la policía contra la que se ha luchado durante décadas «es una rendición, es el último paso hacia la capitulación». Los críticos no entienden que haya el más mínimo interés por unas elecciones que, a su juicio, son «la celebración de la muerte. La gente puede aceptar la situación, pero ¿qué hay que celebrar?», se preguntan casi 400 antiguos miembros del Sinn Fein y del IRA. No hay, parece, posibilidad de que desestabilicen el proceso. A no ser que las elecciones no sirvan para nada. Y eso se sabrá a partir del lunes, cuando el ministro británico para Irlanda del Norte, Peter Hain, empiece la ronda de conversaciones de las que debe salir el futuro Gobierno de la provincia. O nada.