AMMAR KARIM. France Presse / EL MUNDO
BAGDAD.-
Tras los atentados contra peregrinos chiíes de los últimos días en Irak, la violencia sectaria continúa su curso. Los atentados se suceden por todo el país. En un café de la localidad de Balad Ruz (a 100 kilómetros de Bagdad), un atentado suicida mató ayer a 30 kurdos chiíes. El kamikaze entró en el café, frecuentado por jóvenes, y se inmoló sin mediar palabra.
En otra acción, seis policías y cuatro peregrinos resultaron muertos en un atentado suicida con coche bomba en un puesto de control que tenía la función de proteger a los peregrinos que se dirigen a Kerbala. El ataque se produjo en el barrio suní de Saidiya, en el sur de Bagdad. Los cuerpos de otros ocho peregrinos eran transportados ayer al alba al hospital Yarmuk de Bagdad. También en la capital, cinco peregrinos perdieron la vida al sucumbir al fuego de emboscadas en varios ataques, en distintos barrios suníes de la capital.
Tras el doble ataque que en Hilla acabó con las vidas de 117 peregrinos chiíes, los familiares de las víctimas se dirigieron ayer a la policía iraquí y al Ejército del Mahdi (la milicia del jefe radical chií Muqtada al Sadr) para pedirles protección.
Mientras, tres soldados estadounidenses murieron ayer y otro resultó herido al estallar un artefacto explosivo al paso de un convoy militar, al noroeste de Bagdad, informa la agencia Efe.
Por otro lado, el jefe del contingente militar norteamericano en Irak, el general David Petraeus, ha pedido el envío de «unos 2.200 soldados adicionales» a Bagdad, cuyo objetivo sería reforzar «la Policía Militar encargada de los detenidos», según declaró ayer en una conferencia de prensa el secretario estadounidense de Defensa, Robert Gates.
Esos efectivos se añadirían a a las 21.500 militares -entre tropas de asalto y de apoyo- que el presidente de EEUU, George W. Bush, decidió, en enero, enviar a Irak. Actualmente, sus fuerzas de ocupación en el país árabe ascienden a 141.000 militares.
Con la Guerra de Irak como trasfondo, el mandatario estadounidense respaldó ayer a su vicepresidente, Dick Cheney, como «un colaborador de confianza», en medio del escándalo creado por la condena de su número dos, Lewis Libby, por haber mentido a la Justicia en el caso Plame.
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