RAUL DEL POZO
El Senado de Madrid no recuerda en nada al romano, con sus togas y anillos de hierro para protestar sobre el mármol; ni se parece al Capitolio de Washington, que rememora la cúpula del Vaticano y que no dejó lugar en donde pudiera sentarse el presidente, escenificando así la división de poderes. Tiene el de Madrid, como el de Washington, un ramalazo neoclásico, pero no hay color.
Se levantó sobre un convento de agustinos y fue usado para próceres y senadores a dedo. La República, con buen sentido, lo suprimió. Ahora no vale para nada, excepto para esperar que España sea una república confederal, pero mientras llega, el número pi parece más una taberna que un palacio, una gallera más que una cámara de control.
Ayer se armó una gran bronca cuando Zapatero recordó a los senadores que José María Aznar excarceló a 306 etarras anticipadamente, a 21 por enfermedad, y que acercó a otros tantos cuando el secuestro de Ortega Lara. «Ocultan la verdad con un aluvión de demagogia», dijo el presidente, y hubo pateos y abucheos. Y si no se llegó a la música de viento y a la agresión es porque los culos sentados no están para trotes.
José Luis Rodríguez Zapatero acusó al PP de plantear un debate plagado de hipocresía y Javier Rojo, el presidente del Senado, hizo un diagnóstico en esta sala de urgencias de nuestra democracia: «Esto es una vergüenza. Aquí no se quiere escuchar a nadie, excepto a nosotros mismos. No podemos seguir dando esta imagen a los ciudadanos». Que no se preocupe por los ciudadanos, que ya se han alistado a la traca de ultrajes, increpaciones y desvergüenzas. Pero esperemos que nuestra democracia no sea tan execrable como dicen los políticos. Angel Acebes declara que es inaceptable que el presidente del Gobierno huya del Congreso y Mariano Rajoy lo califica de «hooligan».
En los documentos de los partidos se glosa la rebaja en la calidad democrática. En el Senado, según las primeras autoridades de la nación, el discurso político es un aluvión de demagogia, se practica la política de garrote, vuelan los trapos sucios, se suceden debates hipócritas y el odio relampaguea. Lo peor es la ausencia de aguijón, por usar la expresión griega. Falta en el Senado, en el Congreso y en la calle.
El aguijón -órgano del escorpión y de la avispa con el cual inyectan veneno- era el ardid que usaban los demócratas para cautivar la imaginación del público. Decían que Pericles despertaba fascinación porque poseía ese poder exclusivo de los oradores y de los grandes políticos de impulsar los corazones de los hombres y llevarlos detrás del aguijón. Hoy la mayoría de nuestros políticos siguen siendo abejas en el chupar, pero carecen del dardo del talento. Son como aquéllos que los griegos llamaban «zánganos sin aguijón que desnatan nuestro entendimiento».
Tiene razón Rojo; la parcialidad, las vaciedades y el sectarismo están envenenando el Senado y la vida.
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