ANGEL VIVAS
MADRID.-
El Cruel, los Católicos, la Loca, el Prudente, el Hechizado... Pocos reyes se libraron de tener apodo. Laudatorios o denigrantes, justos o falsos, indican siempre algo de lo que fue su reinado. Por eso, la Historia de España puede ser contemplada a través de esos motes. Es lo que ha hecho José María Solé, veterano redactor de revistas históricas (actualmente en La Aventura de la Historia) y autor del reciente Apodos de los reyes de España (La Esfera de los Libros).
El libro es, en efecto, una síntesis de la Historia de España «desde las nebulosas de Asturias hasta 1931» a través de ese aspecto que es menos anecdótico de lo que parece. El libro se inscribe, además, en la recuperación de los personajes que está llevando a cabo la historiografía de los últimos años tras el empacho de historia socioeconómica del siglo XX.
Como recuerda José María Solé, «el carácter y la historia personal de los reyes determinaban mucho el devenir de su reinado». En sus apodos participaba tanto el pueblo como los círculos cortesanos aunque no hace falta decir que los producidos por estos últimos eran siempre laudatorios.
Otras veces eran elaborados por los rivales políticos y eran denigrantes. Estos últimos casos abundan, pero quizá ninguno tan efectivo como el apodo de La Beltraneja que se aplicó a una hermana de Isabel la Católica, que terminó apeada de la sucesión por el efecto de la propaganda. Tampoco fue justo eso de convertir a José I Bonaparte en el dipsómano Pepe Botella. Su sucesor, Fernando VII, fue tratado con más precisión. «Fue realmente El Deseado, antes de convertirse en un auténtico Felón».
|