MIGUEL M. ARIZTEGI. Especial para EL MUNDO
PAMPLONA.-
La de César Borgia fue una vida tan plagada de boato, aventuras y desmanes, que su final, a manos de un condezuelo de un reino remoto, casi le desmerece. Pero la realidad es tozuda, y uno de los hombres más grandes del Renacimiento -a quien, aseguran algunos cronistas, Maquiavelo dedicó El príncipe- murió en la localidad navarra de Viana en la lluviosa noche del 11 de marzo de 1507. Por eso, mañana, se cumple su 500 aniversario.
Ignorado durante siglos por «gazmoñerías aldeanas» (palabras del consejero de Cultura y Turismo del Gobierno de Navarra, Juan Ramón Corpas), Borgia disfrutará de un homenaje en desagravio preparado por el Gobierno Foral. Hoy sábado se inagurará a las 12 del mediodía una cruz de campo que señalará el lugar del Barranco Salado donde murió, y el domingo una misa reconciliará al personaje con una Iglesia que llegó a sacar su tumba del recinto sagrado para que los paisanos la pisotearan.
Corren otros tiempos, y Navarra recuerda la figura de Borgia y su relación con el viejo Reino, donde fue obispo de Pamplona con 18 años. Tiempo después, y ya caído en desgracia, esta tierra lo vio morir cuando en un ataque de altanería -habituales en él, según los documentos del Archivo General de Navarra- se lanzó en persecución del Conde de Lerín. Ginés de Agreda, de la guardia del conde, le asestó el golpe de gracia.
Durante años, de él no quedó ni la tumba, que yacía olvidada en la Calle Mayor de Viana. Sólo su epitafio, copiado por un obispo de Mondoñedo, le recordaba: «Aquí yace en poca tierra el que toda le temía, el que la paz y la guerra en su mano la tenía. Oh, tú que vas a buscar cosas dignas de loar, si tú loas lo más dino, aquí pare tu camino, no jures de más hablar».
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