Sábado, 10 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6292.
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Lollobrigida está en pie de guerra
Mª EUGENIA YAGÜE

Con la determinación de una mujer mediterránea dispuesta a defender su honor y su imagen, así aterrizó Gina Lollobrigida el pasado jueves en Madrid con su abogada, Giuliana, para reunirse con su letrado español, Javier Saavedra. Hacía tiempo que la Lollo no visitaba España, un país que adora, aunque ahora se siente maltratada por las barbaridades que han dicho de ella y de su pareja de los últimos años, Javier Rigau.

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Gina pasó el anterior fin de semana en la casa del empresario catalán en la Costa Brava. Después se han encontrado en Madrid. Entre ellos, el cariño sigue intacto, pero el proyecto de boda está suspendido sine die.

Una de las mentiras que más ha indignado a Gina es que habría perseguido al bailarín Antonio Canales, al que no ha visto nunca y con el que nunca ha cruzado palabra alguna. La Lollo, quien no ha sido una mujer de escándalos, quiere reparación en los tribunales españoles. Y Saavedra prepara toda su artillería pesada. La misma que ha empleado este abogado para defender a la duquesa de Alba por las memorias de Antonio el Bailarín, firmadas por Santy Arriazu, editadas por Ediciones B y comentadas en Interviú. La duquesa y su letrado han ganado el pleito, que comporta la publicación del fallo y 90.000 euros, más como castigo que como beneficio para la aristócrata.

Hablando de libros, en la espléndida biografía de Eduardo Barreiros, escrita por Hugh Thomas y editada por Planeta, nos enteramos de que Franco era de izquierdas, qué cosas. Y es que al general y a su Régimen no les gustaban nada los empresarios que rompían con los moldes provincianos de una España atrasada y cateta, y miraban más allás de las fronteras.

Eduardo Barreiros cazaba alguna vez con Franco, gallegos ambos, pero poco más tenían en común. Todo eran zancadillas económicas, trabas y sospechas para cada iniciativa que se le ocurría al antiguo mecánico de coches -autodidacta y genial-, que inventó el motor diesel para camiones y autobuses, a la medida de una clase media emergente y con posibilidades.

Los 60.000 trabajadores de su empresa tenían toda clase de adelantos sociales, escuelas, horarios europeos y trato de igualdad para las mujeres, pero, paradójicamente, los nacionalsocialistas sospechaban de él por ser demasiado avanzado. Lo explica bien el historiador inglés.

Mariluz Barreiros, que lleva años entregada a honrar la memoria de su padre y a hacerle justicia desde la fundación que lleva el nombre del empresario, buscó al mejor biógrafo para un personaje de tan gran talla. El libro es también una crónica de la historia social y económica de los años 50 y 60. En la presentación, estaban algunos de los personajes protagonistas, junto a Barreiros, de aquella época en la que empezó la España moderna. Desde Carmen Franco a Fraga, con el que viajamos en su primera visita a la Cuba de Fidel. Allí estaba Barreiros, harto de que le hicieran la vida imposible en España, enseñando a los cubanos a hacer motores. Visto de cerca, era un hombre sencillo que destilaba cierta amargura por la ingratitud de su país.

Fraga cuenta que Barreiros le cantaba las cuarenta a Fidel sobre temas económicos y que el Comandante le escuchaba con respeto, pero que no le hacía ningún caso. Raúl un poco más. Otros testigos de su tiempo son los fotógrafos. Queca Campillo, del grupo Zeta, y Marisa Flórez, de El País, exponen estos días en la galería Carmen de la Guerra en Madrid. La cámara todoterreno de Queca ha inmortalizado a mujeres enlutadas en Irak y a la duquesa de Alba en su casa de Ibiza. Marisa retrató en blanco y negro a La Pasionaria y a la Reina Sofía. Otra forma de escribir la historia.

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