RUBÉN AMON
La filantropía ha llegado al fútbol francés gracias al buen corazón de Jack Kachkar. Era hace nada un perfecto desconocido, pero su nombre y su apellido, provistos de una rimbombante aliteración de opereta, circulan entre los aficionados del Olympique de Marsella porque el sujeto va a ocupar el trono presidencial a título mesiánico y providencialista. Trae bajo del chaleco antibalas un cheque de 115 millones de euros. Suficientes para convertirse
en el propietario del club y para apuntarse al círculo de los magnates que juegan al fútbol y al futbolín con obscena impostura redentora.
Mafias. Kachkar no viene a regalar el dinero. En todo caso viene a limpiarlo, aunque su pasado de monaguillo y su presunta afición adolescente al soccer en Canadá mandan en las biografías de urgencia que sus amanuenses le han escrito camino de la Costa Azul. Necesitaba acallar los rumores que le relacionan con las cañerías de los paraísos fiscales y con las redundantes mafias rusas. De hecho, su mujer, Viktoria Berkovich, hizo fortuna en los años de la transición postsoviética a cuenta del nobilísimo ejercicio del anticuariado (¿?). Nada de tráfico de armas ni de corruptelas vinculadas a los combustibles. Y si las hubo, Kachkar nos recuerda el precepto de la separación de bienes.
'Cosmopolita'. La biografía del presidente es una exégesis de cultura futbolística. Nació en Damasco, aunque reivindica su origen armenio (el verdadero apellido es Kachkarian). Creció en El Líbano, aunque transcurrió su adolescencia en Toronto. Estudió en Budapest, aunque su residencia principal se encuentra en Miami. ¿Cómo no iba a dedicarse al fútbol con semejantes antecedentes? ¿Quién mejor que un industrial de la farmacia y un propietario de minas de oro en las Rocosas podría desempeñar la presidencia del club más laureado de Francia? No hay derecho que el diario Le Figaro haya querido especular con su nobilísima ejecutoria. Tampoco es de recibo que se hayan aireado las deudas que arrastra su principal empresa de aerosoles terapéuticos (120 millones de euros) o que algunos medios critiquen el mal gusto de su marca de moda infantil (Floriane). Jack Kachkarian es un profeta y un santo. Va a devolverle al club el liderazgo de Europa. Dice.
Endogamia. El Olympique de Marsella no se ha repuesto del periodo endogámico que ejerció Bernard Tapie a bordo de su yate imperial. Es verdad que el magnate francés concedió al club la Copa de Europa en 1992, pero los excesos, la corrupción y las irregularidades financieras degradaron la imagen y la historia del equipo con todos los síntomas de una maldición. Resulta que Kachkar viene a conjurarla. Se atribuye una larga experiencia en el arte de reflotar empresas y de inventárselas, aunque la escuadra marsellesa, sobre todo, le ofrece la oportunidad de hacerse respetable y de adecentar su expediente lejos del rumor obsesivo de las lavanderías. ¿Cuánto va a costarle al Olympique de Marsella el talón de los 115 millones de euros?
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