Una brisa caliente y húmeda, como las del Caribe, mece los carteles en los que George W. Bush personifica a Belcebú, a Hitler y a cuanto demonio puebla el imaginario de la izquierda latina.
La megafonía transmite una consigna y la gente comienza a brincar. «Aquí, el que no salta es un neoliberal», chilla a mi oído, una mujer que se ha pintado en la frente, con lápiz labial, una declaratoria de amor: «Hugo [Chávez] te amamos». Al observar que el periodista permanece inmóvil, la dama hace un mohín: «¿Acaso eres un inválido? Vamos, ¡a sacudir la osamenta como todos!», exclama, señalando a la vibrante multitud que se ha congregado en el estadio de Ferro, para dar la bienvenida a Chávez y repudiar la gira de Bush por Latinoamérica.
Además de practicar la gimnasia de las movilizaciones políticas, la etiqueta también exige que los varones se quiten la camisa, aunque en vez de pectorales de hierro exhiban una barriga del tamaño de los bombos que estremecen los palcos del coliseo.
De pronto, el estruendo de los tambores se apaga y la guitarra del cantautor Víctor Heredia, que ha venido a animar la fiesta, también enmudece. ¿Quién necesita animadores cuando aparece, envuelta en el clamor del público, la figura rotunda del mejor showman de las Américas, agitando sus manazas de jugador de béisbol, como si quisiera aventar al jefe de la Casa Blanca hasta su guarida en Washington?
Hugo, rey del mambo en la patria del tango, saluda a las 30.000 o más personas que desbordan las graderías, engalanadas con banderas de Argentina y de Venezuela, y con enormes retratos del Che Guevara.
El líder venezolano es un gentilhombre y, como tal, cede el paso hacia el palco, a Hebe de Bonafini, la presidenta de la Asociación de las Madres de la Plaza de Mayo y organizadora de este acto, por encargo del presidente Néstor Kirchner.
Vestido con una casaca roja, el invitado de honor se esponja como un pavo real a punto de desplegar su plumaje y acomoda el micrófono: «Hermanos, alguien anda diciendo por ahí que Chávez es un entrometido, que interviene en los asuntos internos de los otros países. A esos insidiosos, yo les digo que el que husmea donde no le corresponde es un caballero que se llama George W. y que de pronto se le antoja que lo llamen Jorge Doble V». Una carcajada colectiva explota en las tribunas y los chicos de la fila de atrás revientan unos petardos a escasos centímetros de mis oídos.
Por un instantes, observo como Chávez gesticula pero sin voz, como un actor del cine mudo. Cuando recupero la audición, el orador elogia a la concurrencia: «Algunos historiadores sostienen que esta época es la época del individualismo: que los ideales quedaron relegados al trastero de la Historia... Si supieran los sacrificios que han hecho los amigos piqueteros [activistas de las barrios marginales] para llegar hasta aquí, atravesando a pie la ciudad...».
En ese momento, los piqueteros levantan un lienzo con el rostro de un Chávez de rasgos abultados, que levanta en vilo a Bush, como si fuera un pelele.
«...Si vieran a los miles de hermanos y hermanas que han salido a la calles de Sao Paulo, de Montevideo a decir '¡no mister Bush! Usted no es quién para imponer sus reglas en la América morena'».
Madera de combatientes
De súbito se escucha un rumor sordo y las miradas convergen hacia uno de los accesos al estadio, donde los muchachos del movimiento de Barrios de a Pie, intentan formar una barrera. El invitado consulta algo con un tipo forzudo, a sus espaldas, y vuelve a dirigirse al público en tono apaciguador. «Me avisan que no hay de que alarmarse: unos compañeros de Quebracho [grupo de ultraizquierda] se quedaron afuera y piden que se les permita entrar. ¡Bienvenido Quebracho, la madera [el quebracho es un árbol] de la que están hechos los combatientes!».
Más tarde nos enteramos de que aquellos activistas montaron su propia protesta, con piedras y botellas incendiarias, en el centro de la ciudad. De ahí que se hayan retrasado. El orador prosigue, citando un poema del cubano José Martí. Avanza la noche y el público comienza a languidecer. El único que no desfallece es Hugo Chávez, que se recrea en las cenizas de su propia retórica.
Horas antes, el presidente argentino, Néstor Kirchner, había recibido a su huésped calificándolo de «una de las grandes figuras en la lucha por la descolonización de Sudamérica». Firmó con él varios tratados bilaterales pero luego se ciudó de no aparecer con Chávez en el estadio de fútbol, no sea que Bush decida incluirle entre los estadistas del eje del mal. Y es que el líder venezolano, en una entrevista en Canal 7, había denunciado, una vez más, que el presidente de EEUU ha dado luz verde a la CIA para asesinarle.