Sábado, 10 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6292.
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CONVULSION EN ORIENTE PROXIMO / La 'yihad' de Al Qaeda
El 'Nuevo Satán' cumple 50 años
Osama bin Laden celebra su aniversario, coincidiendo con el hundimiento de la 'guerra contra el terror' lanzada por la Administración de George W. Bush tras el 11-S
ALVARO TIZON

Osama bin Laden cumple hoy 50 años, contra todo pronóstico. Un número redondo y, seguramente, un cumpleaños feliz; porque el hombre que tuvo la osadía de declarar la guerra a Estados Unidos va ganando en todos los frentes.

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El Nuevo Satán, que concibió el atentado más aterrador de la Historia norteamericana («Es vuestra misma mercancía, que os ha sido devuelta»), ha embarcado a EEUU en la Guerra de Afganistán, en la que Washington parece haber sobreestimado sus propias fuerzas y el compromiso de sus aliados. Han pasado más de cinco años desde que el régimen talibán fuera expulsado de Kabul y el resultado de la batalla sigue siendo incierto. En 2006, el número de muertos se ha multiplicado por cuatro y la insurgencia ha consolidado su control sobre amplias regiones del centro y el sur del país. Hace unas semanas se ha permitido incluso atentar contra el vicepresidente de Estados Unidos, Dick Cheney, en el corazón de Kabul.

El Estado afgano ha desaparecido. Según las organizaciones humanitarias, la violencia y la inseguridad son ahora mucho mayores que antes de la invasión. La producción de opio se ha disparado y supone el 75% del consumo mundial de heroína, convirtiendo a Afganistán en un narcoestado en manos de los jefes tribales. Mientras, la resistencia islámica es capaz de movilizar a unos 10.000 milicianos y extiende su influencia en el vecino Pakistán. La situación ha provocado una crisis aún por resolver en el seno de la OTAN, ante las reticencias de muchos de estados miembros a enviar más tropas en el marco de la operación Libertad Duradera, una guerra cada vez más impopular.

A pesar de la confusión alimentada por la Casa Blanca en 2003, Al Qaeda no está en el origen de la Guerra de Irak, pero ha contribuido de lleno al caos en el que Estados Unidos ha perdido ya más de 3.000 soldados, cientos de miles de millones de dólares; y del que ahora no puede salir.

Tras la caída de Sadam Husein, Irak se ha convertido en el campo de batalla para yihadistas de todo el mundo. «La Guerra en Irak es feroz y las operaciones en Afganistán evolucionan a nuestro favor, gracias a Alá», proclamaba Bin Laden en uno de sus mensajes, difundido en septiembre pasado por la cadena Al Yazira. «Las medidas represivas del Ejército estadounidense no son distintas a los crímenes de Sadam Husein... ¿Cuál es la diferencia entre la masacre del tirano Sadam en Halabya y la masacre de Bush en Faluya?... Si queréis, leed los informes sobre la atrocidades que se cometen en prisiones como Abú Ghraib, Guantánamo y Bagram... Yo os digo que a pesar de estos bárbaros métodos han fracasado en su intento de doblegar la resistencia. Y que el número y el poder de los muyahidin sigue creciendo, gracias a Alá», insistía Bin Laden en otro de sus mensajes, cuyo contenido siempre pasa a un segundo plano a costa de los interrogantes sobre si se trata verdaderamente de su voz, si continúa vivo o dónde se puede encontrar, como observaba el periodista Robert Fisk en un artículo de The Independent titulado Debimos escuchar a Bin Laden.

Pero más que sus propios aciertos, Al Qaeda ha sabido beneficarse de los errores de su enemigo. La organización ha alimentado modestamente el choque entre chiíes y suníes, que ha terminado por desencadenar una guerra civil que se cobra una media de 100 muertos cada día, que provoca un éxodo diario de 50.000 personas dentro de Irak o hacia las naciones vecinas, y que amenaza con despedazar el país. «Los musulmanes suníes de Irak están siendo aniquilados», advertía el Obsesionador en una de sus diatribas contra el nuevo Gobierno chií de Bagdad. «Os digo que las áreas chiíes no estarán a salvo de la represalia».

Zozobra

El conflicto entre suníes y chiíes se habría producido igual, sin necesidad de que él interviniese. El enfrentamiento entre las dos ramas del islam ha traspasado las fronteras de Irak hacia el Líbano y los territorios palestinos (donde Al Fatah acusa a Hamas de recibir ayuda iraní), ha degradado la convivencia en otros países del Golfo y ha obligado al rey Abdulá de Arabia Saudí a sentarse a negociar con el altisonante presidente de la República Islámica, Mahmud Ahmadineyad.

La pujanza de la Media Luna chií -una expresión acuñada por el rey de Jordania tras el cambio de régimen en Bagdad- amenaza con desestabilizar la zona. «Si Irak se divide en estados sectarios, provocará una guerra en el mundo musulmán», aseguraba hace unos días un funcionario del Gobierno de Amán a The Guardian.

Mitad realidad y mitad obsesión, Osama bin Laden ha sido uno de los pretextos utilizados por la Administración de George W. Bush para imponer un nuevo orden en Oriente Próximo; un statu quo del que de momento sólo ha surgido un vencedor claro: Irán, el principal enemigo de Washington en la región.

En las últimas semanas, la Casa Blanca ha dado un giro a su política exterior y ha invitado a Siria e Irán -hasta ahora dos «estados terroristas»- a participar en la conferencia que partir comenzará hoy en Bagdad para buscar la pacificación del país de los dos ríos. Aunque al mismo tiempo mantiene una actitud de abierta hostilidad hacia Teherán con acciones como el secuestro de diplomáticos o la acusación de armar y financiar a las guerrillas chiíes en Irak y fuera de Irak. Washington ha reforzado su presencia militar en el Golfo con un nuevo portaaviones y anuncia periódicamente que no consentirá un «Irán nuclear» y que, para evitarlo, «todas las opciones están sobre la mesa, incluida la militar», en palabras del vicepresidente Cheney.

«El riesgo de un conflicto con Irán nunca ha sido tan alto», aseguraba hace días Michael Rubin, del neoconservador American Enterprise Institute.

El príncipe de los combatientes del islam nada tiene que ver con esta crisis, pero debe sonreír ante la actual zozobra de la política norteamericana en todo Oriente Próximo.

Lejos de ese escenario, Al Qaeda acaba de poner su nombre al Grupo Salafista para la Predicación y el Combate argelino, crece en los débiles estados musulmanes que van desde Mauritania a Sudán y amenaza con abrir un nuevo frente de batalla en el Cuerno de Africa.

Osama bin Laden, que ha demostrado un enorme talento político y militar, es el décimoséptimo de los 52 hijos que tuvo Mohamed Baqr, un árabe de origen yemení, excesivo para todo, que amasó una fortuna de 5.000 millones de dólares gracias a sus excelentes relaciones con la monarquía de los Saud.

Bin Laden se graduó en Ciencias Económicas y en Religión, dos vocaciones que dejan ver la lucha que desde muy joven se fraguaba en su interior, hasta que el Corán terminó por apartarlo del apego a los bienes materiales.

Tras la invasión soviética de Afganistán, se enroló como voluntario de la resistencia islámica. Allí recibió adiestramiento de la CIA y allí -entre Afganistán y Pakistán- organizó el reclutamiento de miles de voluntarios para la causa. Ése fue el origen de Al Qaeda, una organización invisible, sin estructura real, que tras años de lucha contra el terror está presente dedesde el Magreb a Pakistán.

Desde la última vez que los servicios de Inteligencia estadounidenses creyeron tenerlo localizado en las montañas afganas próximas a Pakistán, nadie sabe dónde está. Pero el hombre más buscado del planeta se permite dar a conocer periódicamente sus mensajes al mundo y ha creado incluso una productora de televisión, Las Nubes, que en 2006 produjo 58 vídeos, cinco veces más que el año anterior.

«Os trataremos igual»

En ellos, Bin Laden alude a lo divino y a lo humano. Desde la guerra contra el terror a las viñetas del Profeta. Descalifica a la comunidad internacional («Estos días, tanques israelíes atraviesan Palestina. En Ramala, en Rafá, Beit Jala, en muchas otras partes y no oímos a nadie levantar la voz o reaccionar»); ordena redoblar la lucha contra los cruzados en Sudán. Toma también partido en la situación política en Bosnia, en Timor Oriental, en Cachemira... Pide la cabeza del presidente paquistaní Pervez Musharraf. Incita a golpear a Rusia por la represión en Chechenia, a luchar contra el régimen saudí («el viento de la fe sopla a favor para eliminar el mal de la península de Mahoma») e incluso se dirige a las tropas norteamericanas: «No tenemos nada que perder, quien nada en el mar no teme a la lluvia», afirma Bin Laden en otra de sus alocuciones, «Habéis ocupado nuestra tierra, habéis ensuciado nuestro honor, habéis violado nuestra dignidad y derramado nuestra sangre, habéis saqueado nuestro dinero y jugado con nuestra seguridad. Os trataremos de la misma manera... No os encandiléis con vuestras poderosas y modernas armas, porque a medida que ganan batallas pierden las guerras... Hemos luchado durante 10 años contra la Unión Soviética, que ya forma parte del pasado, gracias a Alá» insiste el hombre que parece haber desquiciado al Pentágono hasta colocarlo al borde del delirio: «Los terroristas quieren establecer un califato desde España, toda Europa, Africa, a través de Asia e Indonesia», en palabras de Peter Pace, jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos.

A la vista de este panorama, Osama bin Mohamed bin Auad bin Laden, a quien en 2006 la Agencia Nacional de Seguridad americana definió como un hombre «enfermo, aislado y en declive», tiene mucho que festejar este 10 de marzo.

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