Sábado, 10 de marzo de 2007. Año: XVIII. Numero: 6292.
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No hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquéllos que, teniéndola, temen manifestarla (Napoleón)
 OPINION
EL MUNDO QUE VIENE / GERD LEIPOLD
«Los políticos ya se toman en serio el cambio climático porque saben que será un desastre para la economía»
MARIA RAMIREZ

LOS LIDERES DE LA UE APROBARON AYER EL MAYOR RECORTE EN LA EMISION DE GASES CONTAMINANTES DE SU HISTORIA. PARA LEIPOLD, ÉSTE ES EL LOGRO DE UNA ARDUA LUCHA, TACHADA DE RADICAL DURANTE DOS DÉCADAS. AHORA TODO SU EMPEÑO SE CENTRA EN RECLUTAR A LOS PAISES 'MAS REBELDES'

CARGO: Director ejecutivo de Greenpeace Internacional / EDAD: 56 años / FORMACION: Licenciado en Física, Meteorología y Oceanografía / AFICIONES: Jugar al fútbol, tocar el órgano, la literatura y la Historia / CREDO: No es demasiado tarde / SUEÑO: Un mundo que crezca sin destruirse a sí mismo, el 'desarrollo verde'

A través de los ventanales de un edificio moderno de Amsterdam Oeste, se ve muy de cerca el tren, que atraviesa constantemente un paso elevado estampado con graffiti sobre graffiti. En el cuartel general de Greenpeace, el panorama es el habitual de cualquier empresa: ordenadores siempre conectados, un lavavajillas abierto en la esquina del café, teléfonos que suenan sin cesar, papeleras rebosantes con alguna indicación sobre el reciclaje y fotos étnicas para olvidar el gris del lluvioso invierno holandés. Pero la entrada simula una cubierta, con un timón dorado de adorno y un pequeño barco arcoiris; en el piso de arriba, cada sala de reunión exhibe un color y el nombre de cada una de las embarcaciones que, desde el histórico Rainbow, han servido a la multinacional de la ecología para boicotear a los balleneros japoneses, a los explotadores de Alaska o a los experimentadores nucleares franceses.

Gerd Leipold, el alemán que dirige la organización desde hace seis años, con su aire relajado e informal entra en la sala Black Pig, en honor a un buque que ahora descansa en un museo de Rotterdam. Por muchas charlas que dé ante grandes empresarios y políticos sobre el calentamiento global, Leipold, que a principios de los 80 cruzó en globo el Muro de Berlín para protestar en Alemania del Este, no olvida su pasado dedicado a la «acción directa», ni quiere que Greenpeace lo deje atrás.

PREGUNTA.- Los jefes de Estado y de Gobierno de la UE aprobaron ayer el objetivo de reducir las emisiones de CO2 entre un 20 y un 30%. ¿Es suficiente? ¿Se muestran sinceros al adoptar esta medida o, sencillamente, populistas?

RESPUESTA.- Es un buen principio. Obviamente, no es suficiente. Ellos también lo reconocen. Es más fácil decirlo que hacer que suceda, pero es una muy buena señal para la comunidad internacional que digan que recortarán el 30%, o incluso más si otros países se unen. Claro que son populistas, pero eso es bueno, porque significa que esto es lo quiere la gente. Ahora bien, los políticos no han entendido del todo que deben tomar decisiones radicales, por encima de las empresas. En cuanto empezó la discusión sobre el límite de emisiones para los coches, Angela Merkel, la canciller alemana, lo primero en que pensó fue en defender los intereses de la industria automovilística. Falta el paso de los grandes discursos a la acción concreta.

P.- Pero, ¿este sistema de objetivos funciona? Ni siquiera hemos cumplido con los del Protocolo de Kioto.

R.- Puede mejorarse mucho con el detalle por sectores. Hay menos excusas, por ejemplo, si se dice que en transporte se va a reducir un 25%, con políticas para cada segmento, como ecotasas o guías para los coches nuevos. Los objetivos están bien, pero aún debemos aprender a aplicarlos.

P.- ¿No sería mejor concentrarse en iniciativas más fáciles, como, por ejemplo, el paso a las bombillas fluorescentes que ha decretado Australia?

R.- Más del 10% de la energía se utiliza en iluminación, y con el ahorro del 20% de las bombillas modernas, reduciríamos el consumo energético en el mundo entre un 5 y un 8%, que ya es mucho. Algo tan pequeño como una bombilla puede tener un gran impacto. Lo bello de la bombilla es que todo el mundo puede cambiarla en casa. Australia desperdicia más energía incluso que EEUU, pero ha decidido actuar. Si mucha gente, muchas compañías y muchos gobiernos lo hacen, se notará. Pero las bombillas no bastarán. Debemos hacer muchas otras cosas, algunas serán rentables y otras costarán a medio plazo, pero no a largo, como el aislamiento térmico de las casas. No hay razón para que las casas nuevas construidas en países como éste no puedan ser de energía 0 ni para que necesiten calefacción.

P.- ¿Este edificio [la sede de Greenpeace] consume menos?

R.- No es especialmente bueno. Si tuviéramos ventanas con doble cristal, la calefacción se reduciría. Lo alquilamos, no lo pudimos hacer nosotros. Los gobiernos deberían decidir los estándares para el aislamiento de las casas o las emisiones de los coches. La industria automovilística ha ignorado el cambio climático y su investigación sólo ha producido coches más grandes, más rápidos y más pesados. Los motores de hoy son mucho mejores que los de hace 20 años, pero no más ecológicos. En un Mercedes, el asiento se ajusta con 50 dispositivos electrónicos; no sería el final de la civilización utilizar la mano para moverlo, ¿no? Claro que es más cómodo, pero el precio de este lujo son más emisiones. Debemos poner en la balanza la comodidad frente a la responsabilidad. El aire acondicionado utiliza gases hasta 2.000 veces más potentes que los coches. Ya hay una tecnología que usa gases diferentes para enfriar sin efectos de cambio climático, ¿por qué no la adoptamos? Los costes de hacerlo son marginales. Nosotros hicimos una campaña con Coca-Cola para sus congeladores; la refrigeración es responsable del 1,5% del cambio climático.

P.- ¿Ve un cambio de hábitos en las empresas o es pura publicidad?

R.- Las dos cosas. Mucha gente se ha despertado, también los políticos. Durante mucho tiempo, consideraban el medio ambiente algo para chicas y hippies, pero ahora se lo están tomando realmente en serio. El informe Stern [encargado recientemente por el Gobierno británico] explica que el cambio climático supondrá un desastre para la economía. La gente aprendió más deprisa que sus líderes. Los científicos que advertían sobre ello no exageraban. Si miras a nuestros panfletos de hace 20 años, fuimos visionarios. El cambio climático es una realidad aceptada, en parte porque está relacionado con el sector energético, la seguridad del suministro y los problemas con Rusia o Irán. Se ha convertido en un tema muy político y supondrá mucho dinero. En Davos, el lema era verde por oro, porque las compañías se han dado cuenta de que pueden sacar mucho dinero con el medio ambiente.

P.- ¿Dependerá de cómo sea de rentable?

R.- No creo que todo deba ser rentable. Sólo hacer cosas que lo sean no será suficiente para el medio ambiente. Necesitamos otros valores en nuestra sociedad.

P.- ¿Puede cambiar la naturaleza humana?

R.- Los humanos no sólo buscan dinero, también quieren cuidar de sus hijos, sus padres, sus parejas o sus comunidades. El sacrificio es parte de la naturaleza humana. El pensamiento económico es dominante, pero no es reflejo de la esencia. Soy optimista sobre nuestra capacidad de hacer cosas buenas y sacrificios por todas las criaturas.

P.- ¿Cree que la gente dejará de viajar en avión por no dañar el medio ambiente?

R.- Hace 50 años, poca gente volaba y no necesitaba tres vacaciones transatlánticas al año. Podemos aprender a vivir de otra forma. Yo no me tomé en serio hasta hace apenas unos meses lo de apagar siempre la función de stand by: la única diferencia es que ahora me tengo que levantar y encender la televisión en lugar de utilizar el mando. No es un sacrificio, es un hábito. Poner una tapa en la olla para hervir supone una gran diferencia. La gente que conoce las consecuencias de sus acciones puede conseguir un cambio sustancial.

P.- Greenpeace ha perdido dos millones de miembros en EEUU en la última década, ¿no están preocupados por su falta de influencia?

R.- La mayoría de los grupos medioambientales lo pasaron mal en los 90. Pero, a veces, parece que no tienes éxito y ves los resultados mucho después. Estábamos muy descontentos con nuestra campaña sobre el cambio climático. Pensábamos que no íbamos a ninguna parte, pero ahora podemos decir que hicimos un buen trabajo. EEUU ha cambiado mucho. Lo que Al Gore hace ahora es brillante, pero, como vicepresidente del Gobierno, hizo muy poco. Dado su conocimiento, no fue un político valiente. Ahora puede defender su campaña porque el país es diferente gracias al trabajo de unas pocas organizaciones y al ejemplo de California, donde el uso energético ha sido constante durante 30 años -mientras, en el resto de EEUU ha crecido casi un 50%-. El Estado ha impuesto estándares de eficacia energética y California ha conseguido mantener el mismo estilo de vida estrambótico sin aumentar el consumo, lo que desmiente el discurso amenazante de Bush de que EEUU perdería competitividad rebajando el gasto energético. Schwarzenegger tiene un buen plan, aunque estamos en desacuerdo con que incluya la energía nuclear. Es una pena que no tengamos elecciones en EEUU ahora, porque los próximos gobernantes no llegarán para las negociaciones del post-Kioto. Si participan, aportarán poco. Pero hay una revolución, hace un año nadie hubiera predicho que el cambio climático fuera a ser un tema de la campaña presidencial. Hasta los candidatos republicanos se distancian de Bush.

P.- ¿Por qué la energía nuclear, si no emite gases y ha reducido sus residuos, continúa siendo un tabú para los ecologistas?

R.- No supone menos residuos de momento. Es sólo una promesa para futuras generaciones. Aún tenemos el problema de los residuos, el riesgo de los accidentes y la limitada cantidad de uranio. Y, lo más grave, la energía nuclear supone, al final, armas nucleares. La bomba norcoreana era un reactor nuclear ruso hace 20 años. Nunca se exportó tecnología militar a Corea del Norte. Irán quiere energía nuclear porque también abre la puerta a incrementar su capacidad armamentística. Muchos países que dicen que quieren la energía nuclear aspiran, en realidad, a poseer el arma atómica. Además, descubrimos que incluso en Suecia, uno de los países más estables y más responsables del mundo, hay problemas, con gente borracha en las centrales, un sistema de control que no funciona y falta de documentación. El alto nivel que necesitas para operar una central no lo puedes garantizar ni en Suecia. ¿Cómo será en una sociedad inestable? Además, ningún reactor se ha construido con dinero privado y sin limitación de la responsabilidad. Ningún inversor pondrá su dinero en energía nuclear si no está garantizado por el Estado, pero lo hará en renovable, porque los riesgos son bajos y predecibles.

En Europa, podemos vivir con menos energía si la utilizamos mejor. Si combinas mejor aislamiento y sistemas descentralizados para la calefacción y la electricidad, hasta puedes apagar las viejas centrales térmicas. ¿Qué futuro queremos? ¿Una sociedad que se adapte fácilmente o una del siglo XIX o XX? Con la energía nuclear, una vez construida la central, sólo das trabajo a las 50 personas que la manejan. Con la renovable, empleas a miles en los sistemas de control. La clave es la gestión. Cuando era joven, la compañía eléctrica cortaba la luz o interrumpía la lavadora porque necesitaba la corriente en otro sitio; ahora, los equipos descansan unos minutos y no se nota. Japón define cuál es el mejor aparato del mercado y los rivales tienen entre tres y 10 años para igualar su eficacia energética. Éstos son los ejemplos para decirles a los chinos que las centrales térmicas que están construyendo van a matarles.

P.- Ellos colocan las piscifactorías alrededor de las centrales nucleares por la temperatura...

R.- Es sorprendente ver de dónde viene nuestro pescado. Allí no hay espacio entre la agricultura y la industria. Pero lo nuclear no juega un papel importante en China, que invierte 20 veces más en energías renovables. La cuestión allí es carbón o renovable.

P.- Y, ¿no serían preferibles centrales nucleares a térmicas?

R.- No opondría las unas a las otras. China necesita siete veces más energía que Japón para producir lo mismo. La eficiencia es la solución. Por ejemplo, ahora, si no tienes una línea telefónica fija, no la construyes. En Africa, se han pasado directamente a los móviles, más fáciles y baratos. Ése es el modelo para la electricidad en el Tercer Mundo, que la necesita para salir de la pobreza -si no puedes iluminar tu casa, no puedes leer por la noche o escuchar la radio-. Con la descentralización, se puede dar electricidad a lugares remotos. Las compañías piensan que cuanto más producen, mejor, en vez de ocuparse de los servicios que necesita la gente. El siglo XXI piensa en pequeños apartados. El progreso es la personalización. Igual que diseñas y produces un vestido para alguien, y ya no es tan caro, puedes personalizar la producción de energía. No debemos producir a lo grande y distribuir masivamente, sino poner las cosas exactamente donde se necesitan.

P.- En China, Greenpeace no se encadena a las centrales ni boicotea barcos y no le va mal, ¿por qué necesitan hacerlo en otros países, donde se les tacha de radicales?

R.- Cuando hablábamos de cambio climático, nos llamaban radicales. Si vas al Amazonas y ves cómo cortan los bosques, te das cuenta de que necesitas, a veces, la confrontación. Pero difundir material sobre pesticidas ilegales en China es probablemente más radical que una acción directa en Suiza. Cómo de agresivo eres depende de la sociedad donde operas.


«Me encanta la Fórmula 1, que es un absoluto desperdicio»

Pausado y sonriente, el jefe de Greenpeace intenta evitar dar lecciones sobre cómo comportarse. Tiene más un aire de científico despistado -de hecho, es meteorólogo y físico- que de activista de carrera. De ONG en ONG, este alemán se ha entregado a la lucha contra el desarme nuclear y los abusos medioambientales.

¿Echa de menos las protestas?

- No, de vez en cuando participo en algo, pero ahora tengo que gestionar la organización. Me dedico a los discursos y me gusta hacerlo. También veo lo bien que trabajan quienes están en las acciones directas.

¿Se permite a sí mismo alguna actividad no verde?

- Sí, desde luego. Me encanta la Fórmula 1, que es un absoluto desperdicio. Sólo la veo por televisión. A donde suelo ir es a los estadios de fútbol, que no consumen demasiada energía.

¿Su familia se queja de sus hábitos verdes?

- Mis hijos piensan que su padre está un poco loco por no tener coche. Me gusta lo que hacían mis padres, que, sin saberlo, eran muy cuidadosos con el medio ambiente y ahorraban mucha energía. No me gusta darles lecciones a mis hijos, aunque espero ser un ejemplo. Parte de crecer es rebelarte contra tus padres, así que a lo mejor conducirán grandes coches.

¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo?

- Viajar... tal vez no suena demasiado bien. Pero lo que más me gusta es ver lo que están haciendo los colegas por el mundo, su lucha en los lugares más complicados de Asia o Latinoamérica, con total dedicación

¿Vuela mucho?

- Sí, a veces es una necesidad. No diría que nadie debe volar, pero la tasa de crecimiento de la aviación no es sostenible. Tengo el objetivo de volar menos este año que el pasado. De momento, sólo he hecho un vuelo a Londres, por una emergencia. Normalmente voy en tren, que no es un sacrificio, porque me encanta el tren y me ayuda a concentrarme. Invertimos mucho en instrumentos de comunicación y tenemos más videoconferencias que antes. Se puede hacer mucho para reducir las emisiones. Una cosa maravillosa de Holanda es la cantidad de gente que va en bicicleta. Hace unos meses, tuvimos una reunión a las afueras de Amsterdam y cogí una bici desde la estación. Hacía muy buen tiempo cuando salí, pero, a la vuelta, estaba diluviando y me calé. Estaba completamente mojado, pero no era el único en la carretera; había muchos niños de vuelta del cole. Todos iban en bici, pedaleaban tranquilamente y charlaban con calma, como si nada. La sensación de que estaba acompañado, me hizo pedalear mejor. El hábito juega un papel importante y lo que a veces consideras mucho lío, si te acostumbras, ya no te lo parece.


LA CUESTION

- ¿Cómo convencer al gran contaminador, EEUU?

- El ejemplo de Australia es interesante. Sólo hace un año su primer ministro se describía a sí mismo como un escéptico del cambio climático; ahora se describe como un realista del clima. La clave es que las grandes compañías sienten ahora una enorme presión. Las multinacionales, también las americanas, han dicho que quieren acuerdos internacionales obligatorios, lo que muestra el aislamiento de George W. Bush. Ya no existe ninguna gran empresa que apoye su política contra los objetivos vinculantes. Es un cambio crucial para el mundo. EEUU es clave para el acuerdo global necesario para que los países industrializados sean más eficaces energéticamente y reduzcan su consumo y así haya espacio para otros. Que EEUU no participe es una excusa para todos los demás para no cumplirlo. Sería históricamente injusto pedirle a China o a la India que redujeran sus emisiones antes de que lo haga EEUU, que, al igual que Europa, tiene la responsabilidad de presentar los recortes primero.

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